Sus formas de existencia: actuar, pensar, sentir.
Una mente que funciona a nivel consciente, preconsciente e inconsciente;
y en tres facetas: Ello, Yo y Superyo.
La mente se relaciona con el exterior en tres dimensiones: simbólica, imaginaria y real.
Esto me hace ver al ser humano como un cristal tallado con decenas de caras, que va girando a lo largo del tiempo, mostrando distintas combinaciones de reflejos de una misma luz. Una luz que surje de lo más profundo de su ser y se mezcla con la del Sol.
Del profundo lago que es la mente, en la superficie flotan sus acciones, las únicas que se dejan ver.
Son el fenómeno, el tapiz que cubre la gran galería, la dura piel que proteje la sustancia intocable, sólo percibible.
La superficie, la cara iluminada del cristal, es fascinante, bella y palpable, pero al comenzar a intuir lo que hay tras ella, ¿cómo quedarse ahí?
Entonces, se empieza a hundir la mano en el agua, a cierta profundidad, donde alcanza un poco de tiempo e ingenio, ahí están las tuercas del pensamiento. Desde ahí lanza sus luces todo lo cognitivo, toda razón e interpretación. Toda analogía con el ordenador como imitación de las funciones del cerebro, todo resultado del circuito complejo que implica relacionarse con el mundo; está ahí, cerca de la superficie, a mano para ser lo más eficiente posible. Cierto, pero no hay duda de que no somos ordenadores.
Hay algo más en lo profundo del lago, algo sumido en la oscuridad, donde a uno mismo le cuesta llegar, pues mucho hay que bucear y aguantar la respiración hasta llegar, y cierta lucidez hace falta para ver algo de él, justo donde la razón se queda tan arriba.
Lanza atrayentes señales en forma de sueños, lapsus, gritos que quieren llegar a la superficie.
La belleza de sus penumbras es tan inexplicable que su único canal es el arte.
Es dolorosa, pues siempre se llega a ella sin aliento.
Es fría, pues sólo se piede llegar a ella en soledad.
Está poblada de los antiguos tesoros que nos llevamos del recuerdo, de los barcos que naufragaron, de las piezas que rompimos (o nos rompieron).
Por supuesto que un modelo animal no a representar una sola imagen de ella.
Por supuesto que un test no va a sacar de allí una sola mota de polvo.
Arte, arte del más humanamente primitivo, es lo común a toda persona para sacar algo de su alma: el lenguaje.
Utilicemos terapia conductual cuando sólo haya un problema de conducta.
Utilicemos técnicas cognitivas cuando se distorsionen los pensamientos.
Utilicemos la medicina cuando el cerebro, como estructura, falle.
Pero cuando algo se desgarra en las entrañas, cuando el alma duele; dejémosla expresarse, hacer arte con sus palabras, sus gritos, su pintura o su música, su teatro, su vuelo lejos de esta realidad.
Nosotros, médicos del alma, debemos saber lo suficiente de la naturaleza humana, como para despegarnos de nuestra voluntad inquieta y caprichosa por unos momentos, en los que nos sentamos a observar, a ser lo que observamos: otros lagos, otros prismas, semejantes a los nuestros, con matices infinitamente distintos; y sacar lo más valioso a la luz, donde esté a la vista, donde deje de doler, donde se puede manejar y aprender de todo aquello que tenemos dentro. Todo potencial de existir está enterrado, esperando su turno para dejarse brillar.
La red de la consciencia
"Lo inconsciente colectivo es todo menos un sistema aislado y personal. Es objetividad, ancha como el mundo y abierta al mundo. Yo soy el objeto de todos los sujetos, en perfecta inversión de mi consciencia habitual, donde soy siempre sujeto que tiene objetos. Allí estoy en la más inmediata e íntima unión con el mundo, unido hasta tal punto que olvido demasiado fácilmente quien soy en realidad. «Perdido en sí mismo» es una frase adecuada para designar ese estado. Pero ese «mismo» es el mundo, o un mundo cuando puede verlo una consciencia. Por eso hay que saber quién se es." C. G. Jung
Volvemos a las palabras, los símbolos y los espejos para buscar la esencia de cada persona.
La expresividad es el movimiento de la esencia dentro del espacio minúsculo de existencia en el que puede jugar.
Por eso, el caos, la contradicción, los extremos, la imperfección y la inutilidad son creaciones humanas.
Porque es su genuina forma de existir, en forma de inmensos bosques en los que no hay dos árboles iguales, y sin embargo, desde fuera, forman una imagen homogénea.
La perfección, el orden, la simetría, están visibles en toda la Naturaleza, en todo lo empírico, en el mismo cuerpo humano se observa.
En cuanto se termina la materia, empieza el desorden y la revolución de polos opuestos; pero no por esa combinación excéntrica cada esencia está aislada del resto.
El alma colectiva se puede sentir, percibir o intuir, se puede hablar de conexión cuando una parte de nuestra esencia la vemos reflejada en otra. Eso pasa en el diálogo, a todos los niveles posibles.
Cualquier forma de arte que nos atrae es precisamente ver un reflejo propio en la imagen de otro.
Esa sensación agradable, la seguridad de no estar aislado, de que los sentimientos y pensamientos no existen sólo dentro de los muros de la propia mente, sino que están suspensos en el aire, que son respirados por muchas vidas más de otros lugares y otros tiempos.
Ese elemento común, puede ser aire, puede ser la energía que provoca la vida, puede volcarse en un papel, trabajar con la tierra o fabricar objetos. Todo, toda acción humana es expresión de su alma.
Tristemente, la parte de la psicología más utilizada en la cultura occidental es la que basa el comportamiento humano en castigos y recompensas, como si alguien tuviera el derecho de imponer su verdad sobre los demás, utiliza incentivos como cebos en los que picar y con los que llevan a las personas justo a donde quieren. ¿Quiénes recurren a este tipo de psicología? Los que manejan todo lo demás.
Pero no es sólo en cuestión de manipulación mediática, en la que en definitiva viven de eso, y es absorvido por ellos quien no se da cuenta. Mucho peor es que se utilice en educación y en terapia: dos medios en los que las personas son más susceptibles, son niños y enfermos. Castigando a un niño, no se está haciendo más que reprimir lo que es, en vez de enseñarle cómo encontrar la forma de hacer las cosas (no es cuestión imponer, es enseñar a vivir). En enfermos, no es más que maquillar la superficie cambiando hábitos, cuando por dentro el alma se seguirá retorciendo en su dolor.
¿Tanto se ha olvidado que los primeros psicólogos se llamaron "médicos del alma"?
Esto parece más bien el combustible del capitalismo. Se ha desfigurado como se hizo con la idea de Einstein construyendo la bomba atómica. Peligroso, eso de confiar al resto un conocimiento, para que lo malinterpeten y lo tiren por los suelos. No es más que ponerse la venda en los ojos, simplificar al ser humano al nivel de circuitos, sustancias químicas que se mueven según los bombardeos de información precocinada que llega desde fuera, colapsando la identidad y anulando la voluntad. Acaba dando la sensación de ir dejándose llevar hasta verse acorralado en cuatro paredes y con cámaras de seguridad: esa es la clave del buen ciudadano.
Nada sería más justo para cualquier persona que venga al mundo, que darle las herramientas para que ella misma sepa crecer con sus recursos y desde su punto de vista. En una sociedad de personas seguras de sí mismas, con objetivos propios, con conceptos no impuestos, sino aprendidos por ellos mismos, poniéndoles delante las experiencias y que aprendan de ellas... ¿Habría tantos problemas de ansiedad, falta de autoestima, transtornos de personalidad, neurosis?
El "cada vez más fácil" y "cada vez más cómodo" no es más que otra forma de decir: quedaros sentados en el sofá, ya lo arrastraremos a donde convenga.
Ante esto, puede que lo mejor sea ponerse el chubasquero, y buscar cada uno su verdad desde dentro.
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