sábado, 21 de abril de 2012

El sueño de Ariadna

Sueña, Ariadna. Teseo ya se ha ido, pero sigue soñando el mejor de los mundos posibles. Sonríe. Vívelo.
La vida puede ser mucho mejor.

Fueron saltos temporales de la lluvia dialogando con su soledad, a través del paraguas que la cubría; a la mesa del café, con un libro y una tónica, pegando a las páginas la cuestión de qué ofensa pudo haberle hecho al silencio; y al final del día, la invitación a un vino acompañado de unas palabras al oído: prueba suficiente de su propia existencia y su capacidad de atraer aún viva. Dionisos compraba su abandono.

Hoy, 353 días después, su alegría no tiene origen, ni es una máscara. Es el salvavidas que no soltará ni en vendavales ni en mareas altas. Es confianza en los sentidos y en las sensaciones. Es la certeza de que sigue absolutamente viva. Alegría de saber que puede disolverse la pesadez en el rojo de una copa chocando con otra. Algo que ya conoció hace mucho tiempo, pero fue redescubierto como si de otro mundo viniera y, por ello, era maravilloso. Ariadna desenterró un tesoro de esos labios: un simple cambio de mirada y provoca una sonrisa voraz en Dionisos, y se sabe la autora y siente una alegría mimética entre ella y el dueño de la sonrisa.