sábado, 9 de noviembre de 2013

Las herencias

Se quedó inmóvil delante de la puerta abierta, como viéndose a sí misma en un reflejo ingrávido. Estaba jugando, no había duda. Lo había hecho sin percatarse, pero en una rápida reflexión vio claro que estaba ahí: el coqueteo, lo llamaban, los leves escondites, las sutiles tardanzas, el desinterés sádico.
También el día anterior había observado con pasmo que lo único que le quedaba de su último romance era una herencia narrativa, lo que lo distinguía de los anteriores, que le habían dejado una herencia musical y visual.
Sin embargo, él había sido más que un testamento. La había hecho romper sus propias barreras, cambiar el paradigma que iba buscando a base de ensayos experimentales; cuerpos desconocidos y otros queridos, con sus posteriores soledades de reflexión minuciosa, con la piel ya fría y saciada, pero con la mente ordenando algoritmos de productos emocionales que resolvieran el bloqueo.
Y él había sido el resultado de todo aquel cálculo ciego. No él voluntariamente, simplemente llegó en el momento indicado. Fue la acción de ella, proyectada en él lo que demostró la eficacia de todo un año de ensayos clínicos.
En cierta forma, él sabía de aquello, y seguramente la seguridad del científico fue lo que lo desbordó, y lo hizo retirarse. Sin desarmar el paradigma, parecía una pieza que no derrumbaba la estructura, y eso fue lo que la dejó pasmada.
Él no era una pieza fundamental, no era el núcleo de la teoría, era sustituible, y eso le dolía a Ciara. ¿Tan fría se había vuelto? Pensar que ningún dolor podría ya hundirla le resultó  escalofriante. ¿Realmente, se fuese quien se fuese, no lloraría más que lo justo, no se detendría más que el tiempo de duelo que se permitía para no sentirse débil?
Pero también la tranquilizaba pensar que estaba a salvo, que nadie podría romperla de nuevo de aquella manera, de la que no recordaba todas las sensaciones, pero si tenía escritos todos los pensamientos. Era su propia herencia, la de un yo agotado que constaba para advertir sus fallos.
"Y esta es una versión mejorada de mi, la que es estoica e imparable".
Era instinto de supervivencia, se decía, son estos tiempos de cobardes.
 "Pero yo no me voy a frenar, porque sé lo que no quiero, y las pruebas tienen su razón de ser para eliminar posibilidades o acertar con la exacta.
Haré lo que desee si puedo hacerlo."
Pero no podía olvidar que había jugado. Era un elemento nuevo y extraño, y no tenía que preguntarse qué hacer con él, pues lo había usado instintivamente. ¿Un mecanismo de defensa más? Luis lo entendería. Era capaz de ver las cosas que ella no alcanzaba a ver. Era su visión externa. La extraspección. Luis era el único persistente. Pero el único para tantas cosas... precisamente por eso. Era su tótem. La figura a la que asirse cuando el mundo parecía irreal. Con él podía cerrar los ojos y reubicarse, y aflojarse el chaleco antibalas de paso.
Sin embargo, siempre tenía la sensación de que Luis se callaba algo, y no le molestaba, le gustaba imaginar esas palabras que dejaba ocultas. Incluso podía comprender, por eso no le preguntaba nunca por ellas. No profanemos a los santos, ¿no, Luis?
Digamos que enredarnos en el colchón es un ritual de culto a nuestras mutuos silencios, no es lo que hacen los demás. Nosotros no tenemos una lucha de poder, ni promesas, ni soledades encubiertas en una seducción caduca.
¿Qué diría Luis del coqueteo? Bromearía. "Te estás convirtiendo en una mujer".
Su imaginación no alcanzaba a adivinar más frases. Esperaría, implosionaría, y la presión se aligeraría lentamente. Eso consistía en contar los hechos y las sensaciones de forma humorística. Quería que para sí misma todo sonara a chiste, todo su pasado reciente, sabiendo que Luis leería todo lo que quería decir tras el polvo de Houdini.


viernes, 18 de octubre de 2013

Octubre

Llevo tres meses aquí, en Galea. El tiempo es todo un objeto de estudio, es decir, la relación entre el cronológico y el meteorológico. El meteorológico es increíblemente monótono, pero por su carácter húmedo y gris, por sus trombas de agua habituales e inesperadas, cada salida de mi paraíso se convierte en toda una aventura. Salir a comprar es algo que hay que planificar y preparar a conciencia, como una estrategia militar; el ser humano, torpe homínido contra el agua resbalando por las ciudades que él mismo ha construido (o sus antepasados, y el hombre actual simplemente se ve inmerso en ellas). Para mi, a falta de ser un fastidio, es un verdadero entretenimiento eso de las maniobras profesionales con el paraguas y las bolsas de la compra, los auriculares puestos, las gafas llenas de gotitas que nublan la vista. Pero yo sigo, estoico y orgulloso de mi hazaña de hacer la compra, y vuelvo como un soldado triunfante y cansado, que merecidamente se homenajea con una película de Wong Kar-Wai y el radiador en los pies. Después de 2046, vi un párrafo escrito por Ciara en la red social (medio más cómodo, económico y versátil para comunicarse, pero nosotros no renunciábamos a las cartas de papel ni a los paquetes de Correos). El párrafo era el siguiente: Everybody has their shits and if someone hasn't mental rubbish, will create it. We need shit for being humans, for fight, for change something. The thing is that I opted for coexist with my mental rubbish, because I don't want spend my time being angry with myself and project it to the world. Because life is too fast to spend it. Not too short or too long. Just fast. Puntualizo, Ciara era traductora de profesión y fotógrafa por pasión. Tenía una predilección por Inglaterra que la arquitectura y el carácter de Floria se representaban la antítesis de su lugar ideal para vivir, y sin embargo, se encontraba mucho mejor que yo allí. Según ella, Inglaterra era como el disco que estás deseando escuchar y no llegas a poner. Inglaterra estaba allí, en las guías de viaje, en las películas, en los libros de Chesterton; pero no necesitaba materializarla, pisarla y olerla. Lo cierto es que Ciara para mi era como Inglaterra para ella. Era la única por la que perdería el escozor por el amor, y sin embargo, no era capaz de sentir por ella algo más que un cariño profundo, que muchas noches se me tornaba un ensueño en el que estábamos cogidos del brazo por la calle, y yo la besaba; pero fuera de ese ensueño, aquello me parecía lo más alejado de la posibilidad. Puede que me asuste pensar que Ciara, mi perfecta Ciara, se acabe convirtiendo en otra Lila. Sé que es algo irracional, que son dos personas distintas, y que Ciara no actuaría jamás como Lila. Pero aún siendo consciente de mi autosabotaje, no soy capaz de cambiar mi postura. Es uno de mis ensayos experimentales de Galea. Espero resultados.

sábado, 12 de octubre de 2013

¿Cuál es el problema? ¿Que este ya no es tu sitio? Pero, ¿tu sitio para qué?
Vivir la vida que yo misma he creado, más bien, que sé que puedo crear. El problema es que la cree, en un lugar y un tiempo, y que aquello terminó porque no era enteramente mío, y porque había partes de mí que se habían quedado lejos a costa de mi renacimiento. Porque no hay que tener nada, para no dejarse nada valioso atrás, supongo que es el único momento en que el amor duele gustosamente.
Cerré las puertas de mi conquista por una aplastante fuerza invisible, el fin del plazo limitado de una beca. No puedo culpar a la movilidad del tiempo, que nos aleja de lo que amamos, pero nos trae nuevos amores, y nos desliga de ciertos dolores para descubrirnos otros. También uno se sirve del tiempo para digerir y comprender, para apreciar lo presente mientras existe, y para saber encajar los instantes donde les corresponde cuando pasan; saber, además, perseguir repetirlos cuando es posible.
Y ese es mi otro quebradero de cabeza, amigo mío, la posibilidad, que es tan amplia, que contiene tantos mundos posibles desde el segundo que sigue hasta el fin de los días, que sólo cabe agarrarse a una certeza primera: la imposibilidad. Y a partir de ella podemos ir apartando la maleza, ver con qué contamos realmente, observar qué podemos hacer con ello. Entonces, la posibilidad parece más plausible, menos inmensa, y más bajo nuestro dominio.
Aunque el dominio es siempre una ilusión humana, precisa para vivir por algo y no arrastrarse por los años; y lo magnífico es que aún a sabiendas de todo aquello que se escapa entre los dedos, se afirma su presencia y su consecuente ausente; se afirman las idas y venidas, los abrazos y las distancias, los andenes y los vuelos, los atrevimientos y los ridículos, la pérdida de noción de aquello que tan bien conoce, precisamente por conocerlo.

Me fui y volví. Volveré a hacerlo. Y lo que sea preciso para doblar mi existencia al tiempo.
Las calles no han cambiado. Ante los ojos se me representan igual. No es una cuestión occipital, ni sensorial de ningún tipo. Es el significado minuciosamente elaborado automáticamente, lo que hace distinto estar inmersa de nuevo en mi propio mundo (al que ya no pertenezco, pero en el que actúo como una reconquistadora legítima).



sábado, 24 de agosto de 2013

IV

Las reuniones de La caverna tenían como objetivo explícito "arreglar el mundo desde cuatro humildes paredes, no como en la pomposidad del tratado de Versalles".
 El objetivo implícito era reunirse una vez a la semana en el sótano de un café con olor a humedad, entorno a una larga mesa rodeada de sillas, y éstas a su vez rodeadas de cajas de cerveza; para plantear una cuestión acordada de antemano, y sobre la que se discutía, algunos dando grandes discursos, otros dando algunos más vagos que eran rápidamente vapuleados por los demás.
 Yo intervenía cuando pensaba que mi opinión era lo bastante importante para el curso del debate, entonces mientras los demás se exaltaban u observaban absortos al orador de turno, yo iba agarrando ideas y soltándolas según el ritmo argumental del instante. Lo magnífico de este grupo era el sentimiento de comunión instantánea que se daba, independientemente de que los miembros fuesen amigos o recién llegados. Personalmente, me lo tomaba como un juego muy serio; tal y como se tomaría un jugador de tenis aficionado una partida contra un profesional: aquello me activaba la mente, me la despejaba, me la cansaba de una manera reconfortante, como podía comprobar cada vez que salíamos del café al frío de la calle, y se me helaba la nariz. Entonces podía sentir el cerebro casi en llamas, palpitando y eufórico.
Pensar en solitario, como hago aquí, es otra historia. Lo malo es que no puedan darse los hechos aislados, es decir, que no pueda coger las noches de La caverna y llevármelas aquí, a mi paraíso. Me las traería limpias y enfocadas, sin todas las pavesas que aún estaban suspendidas en aire de cualquier recuerdo reciente que me situara en Florencia.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Sentido tragicómico de la idiotez III

- Eres poeta, ¿no? Creo que pasarás bastante por aquí.
 - En parte lo soy. Se supone que soy músico, pero me gusta torturarme de varias formas. 
 La camarera sonrió, me puso delante un vaso con un líquido oscuro y de olor fuerte. 
 - Invita la casa – dijo.

Llegué a mi nuevo piso: 35 metros cuadrados, abuhardillado, dos ventanas que daban a la lluvia, como dos lunas de coche que me hacían creerme dentro de un tren de lavado, más reconfortado aún de lo que uno suele sentirse con la lluvia cayendo al margen de los cristales, con sólo unas gotas estampándose con ellos. No, en mi piso todas las gotas se aplastaban sobre los cristales inclinados, y la sensación de estar dentro de mi burbuja, de tener por fin mi microcosmos sólido y amueblado, era maravillosa. Puse la radio. Un concierto de Muse en directo desde Alemania, y luego unos comentarios sobre la tormentosa vida de Dovtoieski. Evidentemente, no es Chejov. Fiodor no podía analizar las frustraciones fruto del aburrimiento de las grandes familias de la madre Rusia; Fiodor no podía omitir la mugre de las almas dolidas, de la suya propia arrasada por la muerte, la evasión del sufrimiento, la injusticia, las cárceles y las deudas. Pero volver a entrar en la discusión sobre si el sufrimiento hace más profundo y valioso a quien lo sufre no es pertinente; mucha gente ha sufrido profundamente, con motivos individuales, la cuestión es la capacidad de análisis y expresión del mismo, como el que hurga en su propia herida para explorarla como un científico improvisado.

Y luego, tuve un momento de recuerdo para los besos de despedida.

Lo cierto es que mi ciudad me fascinaba y me quemaba a partes iguales, pero en lo últimos meses se había vuelto algo insano. La ciudad seguiría para mi, la idea es que los protagonistas de sus escenas cambiaran, especialmente yo. No me preocupó demasiado dejar a la gente atrás, pues ya sabía quién se perdería por el camino y quién seguiría presente. Podía tomar mi marcha como una poda social. Aurora estaría conmigo aunque me cambiara de planeta, y Dani, y los chicos de La caverna también. Los demás eran mis actores secundarios, todos los tenemos y todos lo somos para algunas personas; y me alegraría verlos de nuevo aunque no los echara en falta en absoluto. 

No soy alguien que suela buscar a la gente. Simplemente, los dejo pasar si quieren. Pienso volver, y me pregunto con qué historias, con qué renovada actitud, si con más risa o más escepticismo. No busco un Trópico de cáncer a la española aquí: la destrucción y la decadencia no son lo mío. Puede que me guste la vida demasiado como para pelearme con ella de vez en cuando y hacer así la reconciliación más intensa. Aunque esta vez no es problema de la vida, era una cuestión entre Lila y yo. Ella sí era un total trópico de cáncer, y un cáncer por sí misma también. Le encantaba representarse como un icono del vacío existencial de nuestro siglo: “la sociedad me hizo fría e insensible, y hay que sobrevivir en ella”, etc. Resultaba hipnótica al principio, con su retórica entre estoica y rebelde, entre herida y dura, y el misterio de su sonrisa sarcástica hacía que cada noche alguno rodara por su cama, y luego se despedía seria e inmutable, dejando claro que su muro era irrompible. 


martes, 13 de agosto de 2013

Desaparece

de los pocos rincones del mundo y de las memorias en las que has dejado huella
corre, pequeño, antes de que alguien empiece a echarte en falta
no hace falta que te despidas, pues eres una sombra
te asomas al mundo de los vivos de vez en cuando
pero tu mente no puede soportar tantos conflictos de intereses
tanto deseo cruzado, tantas intenciones ocultas
tu cueva es más segura y tus carceleros no muerden
Es triste pensar que sólo nos unieran los miedos
Y que tu miedo te haya alejado, ¿qué puedo esperar de este mundo?, decías
Tú sólo querías personas de agua (transparentes)
También querías a alguien que te sacudiera la pena
pero lo cierto es que sólo uno mismo puede salvarse de sus propios fantasmas
Yo te decía que no quería más juegos de alter ego,
que la premisa era "algo sencillo y hermoso", algo,
encajado en un instante, en dos, en infinitos
pero que el pasado no nos debía devorar ni el futuro echarnos la soga al cuello
podría hacer de cualquier esquina un paraíso
no contigo, que te has acomodado en tu propio infierno
con cualquiera que entienda que la redención está en este mundo
en el tacto.
Y reconozco que yo sigo llevando la armadura de hielo
que no podemos fundirla ni yo ni la gelidez de las ausencias profetizadas
Pero piénsalo, ya soy en parte de agua.
Corre, corre de lo que más desees, no te vayan a atropellar tus sentidos
no te vaya a latir el corazón, no vayas a dejar de vagabundear por la memoria de los otros.

viernes, 9 de agosto de 2013

Que la razón mande sólo en sus dominios. Que en los instantes de reacción se calle. El pragmatismo no vale con las emociones.
¿Qué le voy a hacer? En mitad del gran desorden me sigo creyendo veleta, al final de tanta vuelta hay que señalar un norte, un sur. Decir de alguien que es un veleta prueba poca imaginación: se ven las vueltas pero no la intención, la punta de la flecha que busca hincarse y permanecer en el río del viento.
Hay ríos metafísicos.
Aquí, amor, la vida se hace extraña a veces.  O la extraña soy yo en este mundo en que gente recién conocida me halaga después de escucharme un rato hablar, y quieren a cercarse a mi, y no consigo encontrar la seguridad ni la sintonía espiritual que sentía con la gente de Compostela; contigo. No confío en esa primera impresión que pueda despertar en otros porque sé que es una capa fácil de rascar, y destrás se encuentra la piel que puede resultar menos atractiva a la vista pero más profunda y esencial, y ahí puede llegar la media vuelta y el alejamiento (como casi siempre), y o que no tenga necesidad de decir casi nada para confiar en hacer una hermosa locura, sin que la razón tenga nada que decir, ni la experiencia y ni los condicionamientos varios

domingo, 21 de julio de 2013

Puede que te haya encontrado. Esta nueva afirmación, que aún es probabilística, rompe una barrera que hace un momento me parecía obvio derribar, pero ahora que la he traspasado (puede que en vano) se me disparan las típicas dudas de cuando una decisión está a punto de materializarse, se aparece a la vista acompañada de todas sus posibles consecuencias.
No hay nada que perder, supongo, y debería alegrarme por no tener que dejarlo todo al azar, como harían las personas antes de contar con la tecnología; sólo podrian esperar años y años a cruzarse con la persona perdida por la calle, y reconocerla a tiempo, y reunir el valor para acercarse y decir algo antes de que el instante pasara, y con él toda la cadena de acontecimientos vitales que envolverían el encuentro.
Me represento los instantes que puedes llegar a vivir con otra persona, como figuras hechas de humo de cigarro que la rodean como un aura, leves e ingrávidas, susceptibles de que un descuido de uno de los dos no las deje realizarse y grabarse en las respectivas memorias, esculpidas en cada una a su estilo, pero existentes en algún recodo neuronal del mundo.

Toda esta pataleta de encontrarte viene por el empeño de repetir los buenos momentos, de no dejarlos ir, y pensar que no volveremos a encontrar algo tan bueno, y caemos en el error fantástico de imaginar el reencuentro como una escena perfecta, coreografiada, escrita sobre guión, vista desde fuera de nuestro propio cuerpo, como observadores de nuestro futuro incierto.
A riesgo de la estupidez de buscar a una persona con la que hubo reacciones químicas una noche, y que resulte que no fue más que esa noche, me escudaré en el verano, en las circunstancies vitales del domingo, en la vuelta a la ciudad de origen (de tu vida y de todos tus dolores de cabeza) después de pasar un años en otra dimensión; mi cansancio de pseudo historias de amor... qué sé yo. Simplemente, no fui capaz de irme contigo y ahora al menos mi conciencia me dice que he sido capaz de buscarte, y de creer que te he encontrado y de pretender comprobarlo, y asumir las consecuencias sin condiciones y... voy a saberlo ahora mismo.

jueves, 18 de julio de 2013

Luis:


La vida anda por aquí, la ciudad a la que dirigí perdiéndote a ti, rápida y estimulante. Vertiginosa y bella. Difícil de asimilar. Necesitaría la calma de muchos trenes para que los cambios se asentaran en mi cabeza mientras mentalmente sigo agarrando tu mechón rubio entre los dedos.
Cuando cierro los ojos, me vuelvo al universo táctil y casi mudo de nuestra historia anónima y pura, extraña y demente para algunos, una salvación para la rutina aplastante y los casos perdidos.
La pregunta es inevitable: ¿qué habría pasado si hubiera mandado a la mierda a esta ciudad y me hubiese bajado contigo? ¿Habríamos recreado Antes del amanecer? ¿Mi condena por no haberme ido contigo es no encontrarte jamás por la calle, que no me busques, que me pregunte eternamente el "y si", que sigas siendo la excusa antes mis futuros amores fallidos?
Mis alas aún estaban forjándose sin estar listas para volar. No puedo buscar a quien vuele si yo no lo hago. Perdona. Volamos un poco y me asusté.
No ha sido la única vez en este trecho que me he encerrado en mis cómodas fobias, pero en este otro caso tengo una suerte que espero merecer.
Al menos, he aprendido a distinguir cuánto hay mescalina (magia química) entre yo y otro ser humano. La mescalina va a ser mi criterio y mi respuesta a mi pérdida emocional de los últimos años. El elemento oculto de la alquimia es dos desconocidos besándose en un tren. Es una de las respuestas que fue a buscar a la tierra sagrada y que finalmente hallo cuando he vuelto a mi mundo, y vislumbro con una claridad pasmosa qué no es mescalina para percibir con una sensibilidad amplificada qué sí lo es.
Por eso, desconocido, te llamaré Luis. Por eso, como me basta con el tremendo regalo del cosmos de encontrarte y ser mi respuesta, que te volviera a ver sería algo que dejo fuera del alcance de mi deseo.

jueves, 27 de junio de 2013

Cosas que recordar de Santiago

 Los grafittis del pez, la Alameda cuando hace sol, el peregrino borracho de la rúa do Franco, las gaviotas, los malabarismos para llevar el paraguas y las bolsas de la compra, las calles que no sabes a dónde te llevarán, el musgo de los muros, la silueta de la catedral desde mi ventana, las setas que crecieron del techo, el licor café que me rebotó el estómago, no recordar el camino al Ruta, la marea de gente en la puerta del Tarasca, pasar cuestionarios en la puerta del Avante, Django desencadenado, descubrir a los Black Keys, a Graveyard, Journey, HEAT y Rival sons, los últimos días de clase, todas las variedades de pan imaginables, la sombra del peregrino en la plaza de la Quintana, quemar ollas y trapos de cocina, inundar el piso, comprar una guitarra intocable en los chinos, una noche entre el Modus vivendi y el Bar Tolo, el anuncio de Gadis en los autobuses, los buenos compañeros que hicieron sentirme en casa, los que compartían también esta aventura, los que ya antes estaban presentes y llegaron hasta aquí para estarlo también en este otro mundo que es Santiago, como una parte de mi recién restaurada y estrenada, donde todos los pequeños arañazos en la visión y algunas fobias se han perdido dirección Finisterre, todos los perros y gatos que he visto por la calle y he querido llevarme, los peregrinos que llegan a la catedral y se tumban en el suelo, recordarme en el taxi al llegar la primera vez desde el aeropuerto diciendo "voy a vivir aquí", y lo cierto es que guardaré la llave de un piso al que no podré entrar, sólo por la sensación de poder volver en cualquier momento a la lluvia fina contra la piedra, al norte cada vez que lo pierda.

jueves, 7 de marzo de 2013


Las telarañas en las palabras se fueron creando como por descuido y pasmo: al aparecer los primeros hilos formando microscópicas figuras pentagonales, me fascinó y horrorizó al mismo tiempo. Mientras planeaba por donde empezar a cortar ese construcción endeble y pegajosa, cada vez iba haciendo su hilado más fino, complejo y laberíntico.
Era realmente imposible encontrar el punto exacto por el que desmoronar la estructura, y poder despegar los labios, y aprender a hablar de nuevo. Pero esa imagen ante el espejo, esa marca blanquecina que se mostraba como señal, como advertencia de un error desubicado, como una prohibición de un nuevo intento, apuntalando el medio por el que perderle el respeto... era una venda para la voz, que caería cuando la pillara desprevenida, con fuerzas renovadas y en una revelación instantánea, en el escubrimiento de aque la solución era la más sencilla posible: gritar, sin articular una palabra coherente, pero gritar hasta rasgar y despegar la telaraña, y reaprender a usar las palabras, y medir sus significados; darles un valor supremo por haber estado ausentes tanto tiempo.

domingo, 3 de marzo de 2013


Santiago es mi París.
Contiene en sus calles la quietud de lo ajeno, la cálida acogida del anonimato, incita a hacer cómplices a las piedras de los pensamientos que voy vertiendo por ellas, como cintas que se van desplegando para marcar un camino, certeramente invisible, para perderme siempre de nuevo por este buscado laberinto.
La única guía son los letreros, tal vez algunas estatuas. Las calles sin salida son parte del juego de caminar sin rumbo, acumular pasos como un placer en sí mismo y no un fin, como acostumbra a ser.
La idea es haber salido de casa para perderse, y es en ese estado de desorientación cuando todas las cosas que ocupan la mente mientras nos envolvemos en el orden, desaparecen. Simplemente, dejan de tener importancia, y su lugar lo ocupa el pensar por pensar, un puro juego de palabras: los nombres de las calles, la sorpresa a la vuelta de la esquina, los borrachos y los músicos, las conchas de piedra, una cara familiar aunque sin nombre, alguien que también está dando vueltas para quedarse a solas, alguien con quien caminar extraoficialmente, parándose a mirar los mismos edificios y doblando las mismas esquinas durante un rato. Hasta que la abstracción de la música en los oídos, retumbando en los campanarios, me bifurca de ese camino, y hay una esfera mate, azul y violeta envolviéndome del ruido: Pink floyd y un olor a perfume, Rival Sons y esas escaleras donde jugar al escondite, These foolish things y el saxofón que estampa sus notas contra las columnas románicas.

domingo, 10 de febrero de 2013

El paradigma de las miradas

Sostengo la infundada idea de que se puede saber si confiar en una persona por la forma en que te mira. Especialmente se percibe cuando conoces bien una mirada, y de un momento a otro cambia. El resultado de un proceso inconsciente o racional que hace que chispeen las neuronas suficientes como para que la mirada cambie, la actitud y el resto de elementos no verbales. Sé que los polígrafos sólo sirven porque la gente no cree en la interpretación de las miradas. Me di cuenta de que Alejandra se iba a ir en cuanto levantó la cabeza, dejó las cartas en la mesa, me miró, y volvió a acurrucarse en el sofá. Y luego esa conversación bajo la farola “cómo puedes ser alegre con todo lo que has pasado”, me miró como buscando algo dentro de mi que no encontró, y se largó. No hizo falta más.
Cuando Aurora me mira girando un poco la cabeza y sonriendo con los ojos, sé que ya no tenemos nada más que decirnos, y me va a besar.
Lila me mira con una dulzura que me sobrecoge, me sobrecoge porque no sé qué ve en mi para inspirarle tanto cariño. Y tampoco sé qué va a hacer con ese cariño. Después de mis vueltas y mis desencuentros, de querer vacunarme de todo, su inocencia me pilla desarmado, absolutamente desprevenido.
En el otro extremo está Patti, una tarada a la que evito, pues me mira como un perro hambriento miraría un filete recién cocinado, de hecho, cuando me he topado con ella, apenas me ha dejado intervalo entre procesar esa mirada y tener que apartarla de mis pantalones. Por ese tipo de sucesos me pasma la dulzura de Lila, y me alegro de tener amigas como Aurora que te alivian la existencia.

En la máquina de escribir, las palabras se clavan en el papel como dardos, como promesas en la expectativa.
El pensamiento nos desnaturaliza. Es la única idea en potencia que he gestado en este viaje de ida o de vuelta, depende de la orilla desde la que mire. Retorcer las posibilidades de acción y todas las consecuencias de cada una, no hace más que complicar lo que ni siquiera aún existe o lo que ha dejado de existir. Porque no me refiero al pensamiento básico de los automatismos de todos los días, me refiero a las grandes quimeras y palacios de cristal que levantamos para decidir qué es lo correcto. Y al palacio lo llamamos moral o experiencia o fobia al fracaso.
El pensamiento es el constructor de todos esos muros, y sólo el pensamiento mismo puede derribarlos, porque la decisión de un momento se acaba convirtiendo en hábito si se da por correcta, o por única cuando se piensa que no hay más opción. El porqué no es el re-pensar como si nunca antes se hubiera hecho, sin muros que cierren posibilidades, y sin olvidar que eso de "si no tienes nada, no tienes nada que perder" es especialmente cierta cuando nos aferramos a cosas que ni siquiera tenemos, que sólo nos pertenecen en la imagen futura construida por el deseo, y que nos tiene agarrados a ella como un oasis a un sediento.

miércoles, 16 de enero de 2013

Sentimiento tragicómico de la idiotez II

Esa inundación de imágenes de antes del sueño, una especie de Aleph, un "he visto" huracanado: la pintada "Clapton is God" en un muro británico, La chaqueta metálica, Bukowski, café con leche, un café parisino, la estación de tren de Nueva York y las luces de Tokio, Hiroshima mon amour, René Clair, El viaje a la Luna de Meliès, un sofá, Dovtoieski, luces de neón, la vaca voladora de Pink Floyd, los helados en la playa, el reflejo del sol en las aguas de Venecia, Houdini, Lou Salomé, las primeras notas de Bohemian rhapsody hundiéndose en las costillas, Napoelón y Luis XIV, Marlon Brando, chocolate con nueces, el calor de otra piel, y las almohadas. Observar la espesura de la lluvia a través de la luz de una farola. Las luces serpenteantes de la calle que asciende como el carril de una montaña rusa. El olor a incienso y vainilla. Rasparse las yemas de los dedos por la cuerda de una guitarra. El pelo enredado. Un gesto redondo al abrir el paraguas y levantarlo. Todas las manos que recuerdo y todos sus bailes. Y entonces duermo, acompañado por todas las imágenes que saltan del recuerdo, y los recuerdos de todas las imágenes de lugares en los que no he estado.

Mi amor es mi guitarra. No puede haber más musa que el propio arte, que la propia música en mi caso. Sólo Euterpe. Leí en alguna novela que el arte era la mayor inutilidad del Hombre. Yo me propuse darle sentido a mi vida con la gran inutilidad con tal de tener un gran reto. Como para entretenerme toda la vida en ello. Pertenezco a una estirpe de soñadores que no saben (ni quieren saber) a dónde van. Lo cierto es que hay una fuerza que nos ciega para ver en el abismo todo un paraíso.
Esta ciudad contiene todas mis virtudes y debilidades. Me ha visto hacer demasiadas cosas como para mirarla con la indiferencia y admiración que se observa una ciudad desconocida. Puede que empezase a viajar para mirar horizontes que no tenían nada que recordarme. Ahora, que he pasado varias veces por cada ciudad, hay esquinas que me guiñan y cristales que me devuelven reflejos.
El paradigma de las miradas. Cada que empieza la época de exámenes, me acabo hartando de mi propia voz, pero esta vez, en mi retiro me sorprendo encantado de conocerme. A pesar de los desastres de mi escasa coordinación y de los interminables motivos que encuentro para salir a hacer algo, a encontrar las ideas como genialidades en el momento inadecuado; debo decir que recuerdo los días de estudio de Florencia como los juegos infantiles: lejanos, luminosos e ingenuos. Siempre acababa creyendo que me había enamorado de Claudia, porque esos días lo compartíamos todo, nos mimetizábamos como dos detectives en un complejo y meticuloso plan. Pero después ella volvía a caer con ese intelectual gigoló, y yo volvía a perder el rumbo, que era mi rumbo habitual.

sábado, 12 de enero de 2013

Sentido tragicómico de la idiotez I


Sé que me mira con lástima y culpa. Como quien abandona un cachorro del que había esperado el remedio para la soledad y con el que sólo consiguió aumentarla. "Haces que me sienta sola". Vaya un cachorro incomprensivo fui.  Cómo se equivoca pensando que soy el mismo animal herido que abandonó con el bálsamo de la mentira; hecho necesario sólo para su propia ética, puesto que yo la dejé ir entre la derrota y el alivio.
Estoy en un tren, soy yo quien se desliza entre despedidas ahora desde la respectiva estación de salida: Canterbury o Florencia, ambas hermosas a su manera, amadas con la misma intensidad y por motivos distintos. Ya me había acostumbrado a ser el tren, quien recibe a viajeros a los que llevar a un lugar inédito y verlos marchar hacia sus futuros implícitos. Me pregunto quién, o quienes, son mis trenes ahora.
Ahora entiendo porque quería ser un cirujano, en el único sentido en que Kundera lo habría descrito. Cualquier persona con el poder de abrir en canal a otra (metafóricamente) es un titiritero de la incertidumbre, la cuestión es el uso que haga de ella. Dos personas pueden darse amor sin amarse. El punto de encuentro es que ambas lo sepan. Siempre me he empeñado en cortarme las cuerdas de marioneta.
¿Qué sabría yo de epistemología sin ella entre sus sábanas? Y sin embargo, no le debo nada,
demasiadas ideas y poca conexión entre ellas. Poco voy a componer así. Puede que en este diario de a bordo, o de viajeros al tren, cobren más sentido. El abrazo, las palabras, el momento exactos. Pero no son eternos, ese es mi problema, la falta de eternidad de los buenos momentos. You know what I mean, and it's exactly what you tell.
- Buenas noches, amor - Buenas noches, nadie
No es que piense quemar estas naves, es que están humeando ya. No sé confiar en nadie más, sólo en las personas que quieren conocerme. Por que ellas se quedan, a pesar de que yo no pare, pero eso no es impedimento, la distancia no aleja de las personas si no se quiere.
La pseudo-era para pseudo-ser. Las medias tintas me agotan, y es lo único que abunda. Goterones de tinta, islas de memoria encajadas en el papel que nos recuerda quiénes somos, pero las líneas y los párrafos se están extinguiendo. La poesía está muriendo, y la gente se queda con obras abstractas compuestas de goterones de tinta aislados, todos igual de oscuros e imborrables. La poesía... es pura mentira. Pero necesitamos mentirnos para afrontar la verdad. La poesía es la supervivencia a la lucidez.
Soy un retiro de cuerpos cansados y una brújula para sus almas perdidas. Una brújula que no sabe señalar a sí misma, o se topa con los listos que miran la luna en vez de al dedo que la señala. Soy el laberinto del que Teseo busca la salida. Soy la anestesia para la soledad. No sé si se me dan mejor los cuerpos o las mentes. No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero te pido que lo recuerdes. Siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche. No me fío de la luna. Se mueve entre las sombras. Creamos ficciones por exceso o por carencia de lo que tenemos. La realidad nos desborda o no nos parece suficiente para los sentidos. Si toda ficción fuese creíble, dejaría de ser necesaria, porque para eso ya está realidad, y con observarla sería suficiente.