sábado, 16 de abril de 2011

Personajes personalizados

Es curioso cómo los seres humanos buscamos los más recóndtios lugares para escondernos de lo que nos asusta.
En habitaciones oscuras, en una planificación milimétrica del tiempo, en narcóticos de todo tipo, en las páginas de un libro o una pantalla donde verse reflejado o transformado en personaje; todo formas de escapismo personal. Todas esas vertientes naciendo de un mismo sentimiento de inseguridad, todos huérfanos de brújula buscando acogida en el próximo tren de existencia colectiva que llegue.
Incluso quien está solo, se siente comprendido sabiendo que hay otros que también lo están.
Quien se encierra en su mundo mental, inevitablemente lo construye con componentes exteriores, se cuela en las páginas de una novela, absorviendo el alma de tinta de su protagonista, mimetizándose con él y siguiendo su historia como trazo de la suya.
Y ahí empieza el sentimiento de soledad comprendida, de un trozo de humanidad pegado a las páginas o a la cámara , de mente a mente, empieza el diálogo del artista que crea con su vida hacia el solitario que crea su vida con el arte. Con el libro que le atravesó el estómago o con la imagen que se hundió en sus ojos.
Y después, el socialmente incomprendido solitario sale al mundo diciendo "Soy...", seguro de sí mismo por fin, cubierto con la capa de la identidad. Y hablan los demás de locura, excentricidad o frikismo.
Es, simplemente, su forma de existir, su forma de buscar-se, pues todos nos buscamos o dejamos que otro busque por nosotros.
Pero hay algo que nuestro personaje personalizado no ha visto aún, y es que la historia de la obra de arte tiene fin, y tras él sólo queda dejar morir esa identidad y pasar a otra etapa, o volver a empezar. Vivir lo que ya se ha vivido resulta muy estúpido si se hace consciente, por eso la forma de no cambiar de piel y seguir reconociéndose en el espejo, es cambiar el espejo.
Cambiar de ciudad, cambiar de gente, cambiar todo lo externo donde reflejarse.
Y así, nuestro personaje sigue dentro de su historia, cómodo y seguro, volviendo a empezar, saboreando cada acción como eterna y épica, pues está escrita por un gran autor, pues ya conoce el final y se conoce muy bien a sí mismo, pues todas las vueltas al mismo círculo le harán pensar que la sensación de mareo es signo de haber vivido intensamente.

domingo, 10 de abril de 2011

Pequeño desastre animal


Qué importan ya esas canciones
The river, Tunnel of love o Disarm
si todas son postales de ilusiones momificadas
si son puñales de plastilina
y plumas agotadas que aterrizaron en charcos
después de encharcarme
las teclas y los ojos.
¿Y vosotros amáis la vida,
que os escondéis de ella
tras contenedores de ficción y verborrea?
Todos
destellos de unos mismos ojos
hijos de la incomprensión y la soledad buscada
girando en torno a la misma hoguera
donde los sueños embelesan en el baile de las llamas
y suben, envejecidos y leves, como humo.
Todos
igual de cobardes que el primero
al que la inocencia esculpió como Fidias
al que ni siquiera se recuerda por sí mismo
sino porque fue en su época
cuando me dedicaba una frase tierna
y la creía.
Entonces, la cuestión no es pensar
que fue el único sincero
es que vivió en mi vida
cuando creía en la sinceridad.
La diosa, la musa, la princesa
abandonan el cuento
de las heroínas de tragicomedia
que salvan niños frustrados de su vacío existencial
y sólo lo consiguen en un efímero momento.
Para después quedar con cara de esperpento
pensando What hell does it means?
y lanzan los guiones a la lluvia
y el futuro no existe y el pasado murió
y si estoy en un puente, siempre un puente
bailaré, correré y me asomaré por los bordes
pero siempre en movimiento
siempre rompiendo fósiles
siempre haciendo malabares
a veces artista del trapecio, otras del hambre
a veces es la rueca del letargo y otras el deshielo
o palabras en el caos o escenarios vacíos
o recuerdo del olvido o nostalgia del futuro
o carnaval del tiempo perdido
o, resumiendo en términos humanos
el pequeño desastre animal

que provocamos por dejar de aburrirnos.

domingo, 3 de abril de 2011

Retrato de un apego ambivalente

¿Cómo explicar esta soledad?
Diría que algo caprichosa, pues se queja en momentos de ánimo subterráneo.
No es una soledad permanente, sólo asoma a fogonazos en los que se proclama como un parásito que ha crecido adosado a mi, que vive de gritarme desde dentro del oído aquello que no parece existir para mi.
El frío la fortalece, el tacto humano la duerme. Entonces, cuando me libra de su presencia, mi soledad sueña con otras soledades dormidas que encuentra a la vuelta de mi sombra, y la comprenden y acompañan como a mi.
Supongo que ya no la aborrezco tanto porque nos parecemos: tenemos el síndrome del medio-existir, que sólo aplacamos saliéndonos de nuestro habitual papel. Ella, del de soledad desolada; yo, del de solitaria con las manos y la sangre heladas.

sábado, 2 de abril de 2011

Descomposición en directo

Estaba en el salón aquella casa en la que me juré no volver a entrar, rodeada de la gente que más quería, hablando con uno de esos amigos que se ahuecan en tu vida con la constancia .
Entonces, al verme sin más conversación que exprimir, fui al cuarto de baño cuando un reflejo esperpéntico en el espejo se topó conmigo: apenas tenía pelo. Podía ver la silueta de mi cabeza a través del que me quedaba, desteñido y frágil. Vi que a mis pies había caído el que me faltaba y lo tiré a la papelera, cuando al volver la mirada al espejo presencié, segundo a segundo, como desde los ojos al resto de la cara me tornaba morado pálido, como mi perplejidad se tornó en un grito desgarrador.
Cuando me llevé las manos al pelo y palpé mi habitual melena, abrí los ojos y escapé de mi fantasma onírico.

viernes, 1 de abril de 2011

Un recuerdo es tan frágil que dura para siempre





Recuerdo. Olvido.
Recuerdo. Olvido.
Al ritmo de la locomotora que nos arrastra por el suelo y por el tiempo
Que no sabe despegarse de sus raíles y lanza sus cenizas al viento.

Nunca, o muy difícilmente, al estar viviendo se es consciente de que este momento puede desaparecer. Ahora, que existe, provoca calambrazos pensar por qué desagüe cósmico se perderá.
Yo, el olvido de quien aún no soy, dejo el testamento del aburrimiento tedioso que ahora mismo tengo, y que claramente por evadirme de este presente improductivo, me pongo a pensar en cuando me relea y me ría de este forma de rellenar el tiempo perdido con palabras.
Y como me ha recordado a Proust, y puedo escribir mi vida cambiando los deseos frustrados por una narración fantástica, ahora estoy en una tarde nublada de Londres paseando por Picadilly Circus escuchando "Cigarrettes and alcohol" de Oasis (Is it not my imagination, or I finally found something worth living for?).
Pero, hay otra manera de difuminar nostalgias: imaginando. Si el presente es frágil como un cristal, que se rompe en cuanto lo atraviesa el tiempo, los pedazos se pueden reconstruir como un mosaico bizantino o fundiéndolos en una masa  uniforme, para sacar de ella una nueva figura.
No me apetece recordar que la memoria sangra.
A los 25 años, el lóbulo frontal terminará de conectarse y la capacidad de fijar recuerdos llega a su punto máximo, y es desde los 15 hasta esa edad la época de la que más recordemos el resto de la vida.
Por eso, prefiero ir quitándome la piel muerta para que no llegue a forjarme otro caparazón de miedos y fracasos, por eso me voy desprendiendo de las partes de mi que acabaron echando raíces en aquella Tierra de las Utopías de la que tanto me alejó ya el tren de los días.
Me quedo, por ahora, con la dulce ignorancia con la que se empieza a recordar: el reconocerse a uno mismo en el espejo y el empezar a hablar. Si no hay un Yo que se reconozca como protagonista, no hay recuerdo; si no sabemos que somos, no sabemos que vivimos más allá de la mímesis que tenemos con el mundo cuando no nos vemos como independientes de él. Y qué neuróticos nos vuelve dar con nuestra identidad de pronto frente a un espejo, como para romper la armonía con el cosmos y empezar a pelearnos con él.
Por que, aquí viene el colofón del trauma, aprendemos a hablar y empezamos a hacerle preguntas a ese mundo que no nos comprende o no nos sabe responder.
Entonces, empezamos a ser los narradores de esta historia personal que recuerdan sus tragedias y sus logros, y encuentran en contar su historia la única forma de salvar los pedazos de tiempo que se escapan ante sus ojos.