jueves, 25 de noviembre de 2010

Nadar los ríos, no mirarlos desde el puente


Heráclito: Todo fluye, nada permanece eternamente. Bien empezamos hablando de eternidades, ¡agárrense a donde puedan!
Puedo pasarme de conciliadora, pero veo tan compatible las ideas inmutables de Platón con el devenir irrefrenable de Nietzsche. Aunque cambien los cánones de belleza, el ser humano siempre la ha buscado como necesidad trascendente, con la misma sed que para la supervivencia biológica.
Mirándose uno mismo, es fácil darse cuenta de cómo van cambiando las preguntas que nos hacemos, ahí se nos asoma el cambio.
Hace un año empecé a preguntarme cosas como "¿Por qué volcaba toda la imaginación en futuros perfectos imposibles? ¿Por qué estoy a punto de caer en lo que siempre he negado? ¿Tanto vacío me ha quedado que tengo que llenarlo de golpe para no colarme por la nada?"
Creo haber llegado a una conclusión: darse cuenta. La consciencia, por fea y punzante que pueda ser. "Desde que sé el sitio real que tienes en mi alma, existes más maravillosamente que nunca". Supongo que a toda verdad se le puede sacar una parte positiva. Qué remedio, es la única que tenemos sin delirios esquizoides de por medio.
Al mismo tiempo somos asesinos y creadores de nuestra esencia. Enrredamos la autodestrucción con el renacimiento. ¿Cuándo termina un segundo y empieza otro? ¿Dónde termina la piel y empieza el aire?  Puede que la energía que impulsa al cuentakilómetros del tiempo es la definición más simple de vida. Simple en el sentido de universal, pues cada uno puede entender la vida de forma única. Pero lo común es la consciencia del pasar, del arrastre de la corriente invisible, del incansable actuar hasta estando inmóviles.
Por ese cúmulo imparable, de vez en cuando necesitamos una catarsis, una desconexión del flujo habitual, una ruptura del telón de fondo de nuestro escenario.
Cuando ese telón se rompe y después se vuelve a la rutina, la sensación de irrealidad, de ensueño, deja un aturdimiento tan dulce... y tan nostálgico, además.
"Si sólo eres una voz que me dice esas palabras que me sostienen por los brazos para no caer, y se van volando cuando me dejan en un sitio seguro... puedo dudar de todo el pasado ahora mismo. El aire de esa voz se quedó colgando del techo, son ahora las telarañas de las paredes de mi mente."
El agujero negro de lo que la realidad me arrancó, era antes la esperanza del quizás, la vida que corrige su imperfección rellenando los huecos vacíos a su antojo.
Hay quien busca su logos, su sentido, en los deseos incumplidos, es decir, en lo inexistente. Puede que tengan demasiado miedo a desaparecer sin dejar huella, o demasiado miedo a vivir, posponiendo su obra para cuando sean lo que no son ahora, o lo que nunca lleguen a ser.
Su kibbutz del deseo no está en la realidad, este es el peligro de refugiarse en el platonismo y olvidarse de vivir.
En esos despegues de la rutina, se desatan los lazos que atan a la cordura, que atan las agujas del reloj. Ondea la bandera blanca de la tregua tras toda batalla. Sin adornos, lo esencial se queda desnudo.

Schopenhauer: "Cada uno, aún el hombre más insignificante, se encuentra en su conciencia simple como el más real de todos los seres y conoce necesariamente en sí mismo el verdadero centro del mundo y hasta la fuente original de toda realidad.
Cuando miramos hacia fuera, donde se nos presentala inmensidad del mundo y el sinnúmero de seres, el propio yo en cuanto mero individuo se contrae hasta la nada y parece desvanecerse."

Imagina el tiempo invadiendo todo el espacio como una nube de niebla, y todo lo existente moviéndose en él al ritmo del viento.
Al pasar por la esquina de una calle, la esquina de las despedidas que se graban en algún rincón de la memoria, se encuentra extrañamente igual, sorprendentemente vacía, superviviente a la suma de los días.
Con estos pensamientos, aparece el vértigo por la fragilidad de todo lo que tenemos alrededor, por lo fácil que es perder lo que en otro momento consideramos imprescindible. Y es que nos vamos desprendiendo de pieles, vamos tirando piezas del tablero de juego, o simplemente se van (dejándonos con cara de idotas).
Por eso, agradezco a las personas que continúan a nuestro lado con el paso de los años, pues merecen el premio de ganarle el pulso al tiempo, y en vez de pasar por la vida con la ligereza de una pluma, dejan una huella en nuestra historia con toda su consistencia.
Creo que lo mejor que puede darte otra persona es la oportunidad de crecer con ella, y aunque las circunstancias se pongan en contra, la voluntad puede ser más fuerte, y se pueden hacer mil trampas a la dejadez para mantenernos en nuestro sitio, en ese único sitio en el realmente queremos estar, precisamente porque lo elegimos.
Con esta idea me remito a Kahlil Gibran: "Si tenéis miedo y sólo queréis buscar en el amor paz y placer, es mejor que os alejéis de su puerta y busquéis otro mundo, donde podréis reír, pero sin toda la alegría, y podréis llorar, pero sin usar todas las lágrimas". Con sólo el riesgo suficiente para apostar por lo que deseamos, se puede ampliar el propio mundo interior para que sea al mismo tiempo muchos mundos, un espacio abierto lleno de influencias y matices, una construcción de la que ser arquitectos. Quien prefiera la absoluta soledad está cerrando los ojos a la vida, se queda pequeño y arrinconado en su segura jaula de miedos.
Pensemos en el miedo como una creación natural, incrustada en el ADN para defendernos del peligro. Como todo, en exceso resulta patológico. Tanto la extrema indiferencia como la manía perfeccionista, todos los polos se equilibran oscilando de uno a otro, pero arrinconarse, de alguna manera, es dejar de ver.
Aquí, confieso haber abdicado de la idea de perfección. Asumo que una vida sin nada que mejorar, una vida que todo lo cree conseguido, está perdida. Creo que unas bajas aspiraciones, o un número limitado, desemboca en un aburrimiento existencial donde sólo queda ir a la deriva, donde ya no hay motivación. Y no es cuestión de dejar las cosas a medias, sino de renovarlas continuamente como el aire en los pulmones.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Hiedra

Todo se hace una maraña de palabras que a empujones intentan ordenarse. Escupen recuerdos para unirlos al festival de la cunfusión. La corriente misma del tiempo arrastra las cosas y se las lleva donde no cierren el paso. Recuerdo nostálgicamente la antigua ingenuidad de esperar futuros perfectos en mundos irreales.
A estas alturas ya sólo alcanza la vista a las barandillas, los vértigos y los trapecios.
Absurdamente se empiezan los hechos más trascendentales, absurdamente creemos encontrar respuestas y frenarnos en calma para reposar del trasiego de la vida. No. Esa escena idílica es sinónimo de muerte.
 Esto no es escribir. Es arrancar pensamientos y tirarlos por los sentidos, por los dedos que teclean. A veces se dejan caer con pesadez para verlos desde arriba en su forma completa, pequeños e inofensivos.
Otras caen ligeros y suaves, como plumas llevadas por el viento, que pueden cambiar de rumbo con el aliento de un buen argumento procedente de tierras lejanas.
Los sentimientos, en cambio, son más gaseosos. Ondulantes, diría. Pueden ser ese viento, pueden ser humo denso o vapor de agua. Posiblemente haya tanta gama de sentimientos como densidades y matices en la materia. Cuando la vida pasa a ser sueño, todo se transforma pintándose con los colores del sentimiento que los empapa. Estos recuerdos de luz y aire, este almacén de acordes y voces que es la memoria, es mi galería de arte.
Puede que la cuestión de esta fabricación propia no sea buscar, sino saber mirar lo hay alrededor. Que no sea revolver por los cajones lo que no se encuentra, lo que está dentro de ti no se va a escapar, así que calma. La intuición ya llegará donde la razón no alcanza. Al tarro de caramelos que está al siguiente paso tras la puerta. Reconozco mi atracción irresistible por lo misterioso y complejo, ¿me condeno entonces a separar lo físico de lo sentimental para que no todo sea decepción en este infinito de contradicciones humanas? Si los grandes amores se me quedan intocables y distantes, en esta realidad terrenal hay compensar la ausencia o resignarse a divagar con la soledad.
En el fondo, detrás de esta vorágine de pesimismo, sé que es sólo producto de la nostalgia, y que como en el cuadro de Magritte, la memoria puede doler hasta sangrar. Saberlo ayuda a limar los barrotes del miedo a volar, de que no merece ser más fuerte que la propia voluntad.
Memoria... esa costra que se acumula en la piel, que de tanto mirarla se nos olvida lo que había antes que ella. Los restos inertes de tiempo agotado.
Puede que la forma se callar al fantasma y dejar a la piel respirar sea una amnesia voluntaria, que tire los escombros. Descuelgo las pinturas de unos días que fueron sólidos, que parecen vividos por otros, otros parecidos a nosotros que se quedaron por el camino.
Bien lo dijo Zaratustra, "el camino de quien crea su propia vida es largo y peligroso por su soledad y su incomprensión, pero desaparece esa sensación de náusea de cuando el mundo parece un carnaval grotesco. Aún así, como humano, a veces necesita huir de los hombres y refugiarse en sí mismo."

sábado, 20 de noviembre de 2010

El desorden de tu nombre

Faltan las palabras exactas.
La mente teje páginas y manuscritos de ideas tan absurdas como poderosas, todas combustibles como la llama de una cerilla.
Puede que cuando más serenidad se necesita, los glucocorticoides se disparan y congelan los pensamientos. ¿Dónde dejé la coherencia la última vez que la usé? No importa, todo se pone en su sitio por inercia. Si sólo durante unos minutos dejo que los sentidos dominen a la razón... Minutos en los que se ansía dejar la mente en blanco. Cuando la voz de la ausencia martillea, sólo una voz solidificada puede devolverte al mundo real.
Aún sabiendo que ese momento es insignificante, que está encerrado en su tiempo para no ser recordado y morir. Pero así es la supervivencia. Esa superficialidad es el precio por soltarle la mano al idealismo y andar a gusto con la soledad.
 Esos sueños fugaces suenan a cruce de almas perdidas en busca de un tiempo electrizante en el que toda la existencia se reduce a pocos centímetros.

Y como en toda pérdida, en toda desaparición, había que asumir la realidad sin perfección prometida, había que justificar su abandono, no al idealismo que di por inexistente, sino al hueco vacío que dejó en mi alma. Ya no era la sensación de estar atada a él para no caerme al suelo, era empezar a caminar sobre mi propio equilibrio. Sí, el ideal refleja una falta que te deja disfrutar del presente sin pensar en el futuro. Por eso, llevarse los ideales a la realidad es insostenible, es pinchar la burbuja con las espinas de la rosa.
Esperar deidades en cuerpos humanos es lo más injusto para la persona que realmente los habita.
Me sobrepasa el pensar haber sido una resurrección para otra persona en forma de diosa novelesca y con el paso de los días, de las semanas, demostrar que no: lamentablemente no nací de su mente, estúpida decepción para él.
Cierto es que yo también idealicé, pero aprendí a amar todo lo impredecible de la persona que está detrás de la impresión. Y, qué dulce es amar las debilidades de otro como algo único, como una imperfección exóticamente bella.
Se empiezan a romper las barreras, todo se expande en la atmósfera para ser captado de todas las formas posibles. Recuerdo así a mi Armónica susurrándome al oído que hay miradas de las fuimos únicos testigos. Y es que cuando la memoria duele, y todo se desordena en la marea, intento darle a esas pequeñas maravillas la consistencia del corcho, y que floten, que sobrevivan a las frías corrientes.
Retales: un nudo en la garganta al reconocer una silueta al fondo de la calle esperándome, callar la angustia cuando unas palabras se cuelan en el oído... y ese amasijo de nubes, increíblemente, me llevan a la solidez de este momento. A teclear mi rincón de universo y soltarlo al espacio.