jueves, 30 de enero de 2014

Réquiem para el futuro

No podré enseñarte Galea.
Aunque la has visto en dos dimensiones
Aunque la hayas soñado
Aunque prometiera llevarte eludiendo la imposibilidad.
El tiempo se descojona sutilmente de las promesas
Parodia nuestros planes, mimetiza lo insospechado.
Pero nos hace representantes de la sorpresa
nos hace zanjar los asuntos pendientes 
con una ridiculez risueña.
Me pregunté si fuiste feliz
Si elegiste tus circunstancias
o si éstas te arrollaron los labios antes.
Por eso, ante la duda y tu silencio
quise llevarte a mis paraísos 
a las cúspides de mis pirámides de Maslow
quise que redescubrieras el tiempo
sé que no te gusta pisar tierra firme.
Quisiera que no necesitaras recuperar ningún tempo
Que no pasaran los días, ni los años
sin que te agotaran de risa.
¿A dónde te llevo a por ellos?
Tal vez, a cualquier lugar inimaginable
ingrávido, rítmico, de papel
Lo adivinaré, lo buscaré, lo viviré
a solas
por ambas. 

lunes, 20 de enero de 2014

Frank Sinatra en un restaurante japonés

Al final del día, la euforia, la pena, el deseo, la nostalgia, el levantarse tarde, el improvisar un viaje y hacer la maleta en 10 minutos; pesa en los huesos con una gravedad agradable, propia del haber masticado cada segundo, y después (ahora, mientras paladeo el gin tonic) evocarlos, y modificarlos a voluntad, re-vivirlos, cálidamente fantasmales.
No sólo es el día de hoy, es haber soñado a Freddie Mercury con los ojos azules, es mi primer contrato en la mano, son los viajes hipotéticos, el "ya nos veremos", hecho realidad, encajado en la historia.
Antes, los viajes eran obvios, me había ganado mi nueva ciudad, la había conquistado saludando a las panaderas y los quiosqueros, y volver a casa era la tregua necesaria tras la vorágine de la armonía. Volver a casa me recordaba que no todo era calma y ritmo. ¿a dónde volver si no? ¿Por qué no volver? Porque el tiempo venció mi obra. Yo la cree y él la caducó. Pero pienso reconstruirla, la recordaré y la reinventaré, restauraré y mejoraré mis épicos días de lluvia. Acompáñenme si lo desean, las puertas del tren están abiertas, y mis rincones compostelanos también.
Estoy en un restaurante japonés, y suena Sinatra. Let's fly, let's fly....
Tercer y último viaje (sorpréndeme si me equivoco) contigo en mente. Te llevo encima sin quererlo, como las pestañas o los huesos. Gijón, Pontevedra, Madrid. Y entre los tres puntos del mapa, tres ciclos vitales: nacimiento, madurez, muerte. Nuestro ciclo de tres meses, nuestro pequeño multiverso.
En cuanto llegamos a una cúspide, a la que sea, a un lugar desde el que tener una amplia visión retrospectiva; todo fue un choque cuerpo a cuerpo. Puede que nuestra química fuese el anonimato, la posibilidad de no-existencia del otro; al descubrirnos humanos, reales, plausibles, rompimos (cómo no hacerlo) el palacio de cristal de nuestro perfecto relato, nuestra película de Hitchcock, que debía empezar con un McGuffin y debía tener un cadáver a los postres.
Es difícil sobrevivir a la imaginación de otra persona, es decir, a competir con mi imagen creada por ti, con mi retrato refigurado y adaptado, perfecto-para-ti, e imposiblemente humano.
Las historias por escrito, sin diálogos reales, sin interacción en directo, sin decorados ni tacto, son puro vapor, ligeras, fácilmente certeras, precisamente porque la imaginación rellena los huecos argumentales.
Así, lejos, sin mirarnos a los ojos, es fácil desearse. Y lo aterrador que fue enredarnos en las sábanas y en las calles y luego tener que volver a encontrarnos tras la pantalla. Dejó de tener sentido.
Podríamos haber encontrado otro, esa es la clave: inventar nuevos motivos por los que estar con alguien.
No era imposible. La imposibilidad viene dada por la actitud y, en consecuencia, por las decisiones. Decidiste hacerlo imposible. Decidiste rendirte. No puedes lamentarte por lo que has creado, a no ser que renuncies a tu ser, a no ser que lo odies tanto como decide por ti.
Bien es cierto que los flashes duelen en los ojos. Los fotogramas inmortalizados en nuestra frágil memoria. Duelen porque han dejado huella. Duelen, porque aquello sí que fue vida.
Eso hubiera sido conductismo operante, mi capitán: aquello que tiene consecuencias positivas quiere ser repetido. A no ser que el razonamiento te entumeciera los sentidos, el último beso, la irracionalidad de recorrer 1000 km para dormir a tu lado. Cuando mi cuerpo desaparece, la rutina te parece la única opción. 
Diría Piaget que no has pasado la fase de las reacciones circulares terciarias.

jueves, 16 de enero de 2014

Dustopías

¿Se han fijado ustedes en que existe un subgénero literario y cinematográfico llamado "distópico", y no uno utópico? El imaginario colectivo está repleto de escenas sobre futuros poco prometedores.
A todos nos parece más plausible que en el año 2200 las ciudades estén destrozadas, contaminadas y dominadas por androides que se nos escaparon de las manos; ¿por qué no asociamos el futuro con ninguna escena idílica? Planteo una hipótesis: Por el sentimiento de culpa y el vértigo futurista, es decir, la atracción hacia la desesperanza.
Voy a desarrollar esta idea. Puede que me pierda a mitad de camino y la idea se tope con un callejón sin salida repleto de ideas asociadas, pero narraré mis pensamientos.
Bien, entre la literatura utópica encontramos títulos como "La República" de Platón, "La ciudad de dios", de San Agustín, o 2"Gargantúa", de Rabelais, donde la utopía se defina como un plan de gobierno en el que todo está regulado con vistas a la felicidad común. Entendemos también socialismo utópico como una idea de progresión hacia ciertos valores e ideales, regidos por un sistema distinto al vigente. En algunos casos más fantásticos que otros, bajo supuestos avances científicos que mejorasen la calidad de vida, la justicia y la igualdad, el reino de la razón y de Dios parecen los elementos básicos para la armonía absoluta.
Parece obvio que la tendencia natural del ser humano, como individuo y como sociedad, sea a la mejora, a dejar el mundo algo mejor de cómo lo encontramos. Infinitas generaciones han luchado e incluso dado sus vidas por ideales como la libertad y la democracia, persiguiendo una vida donde los sufrimientos de ésta se mitigaran, donde el individuo pudiera afirmarse a sí mismo y ser dueño de su vida.
Entonces, ¿qué persigue la distopía?. Evidentemente, no es un concepto contemporáneo, pues ese aviso sobre las consecuencias negativas del progreso ha sido una constante unida al elogio de éste. Parece que todo concepto debe tener si reverso negativo: no se reclamaría la libertad sin ausencia de ésta.
En la Utopía de Moro, la sociedad se compone de ciudades-estado, a igual distancia entre ellas y de igual extensión. Cada una posee granjas en el campo y casas en la ciudad racionalmente construidas. Los ciudadanos se turnan anualmente entre el campo y la ciudad, las casas no son propiedad privada, sino que cada diez años se cambia de vivienda por sorteo.
Las familias tienen una organización patriarcal. Cada treinta familias, eligen un sifogrante (un representante ante el Senado), y éstos eligen a un príncipe, de cargo vitalicio, que puede ser depuesto si muestra tiranía.
Todos los ciudadanos aprenden a trabajar la tierra, y pueden elegir un oficio según sus gustos y aptitudes. Jornada laboral de 6 horas, tiempo libre invertido en desarrollar la creatividad y la inteligencia, la conversación y la música. Libertad religiosa y una moral hedonista y pacifista. Un auténtico paraíso isleño.
Ahora recordemos dos conocidas distopías: 1984,de George Orwell, y Blade runner, de Philip K. Dick (en estos casos prefiero referirme a las obras literarias y no a los filmes). Ambos planteamientos son los de una sociedad en condiciones paupérrimas, ambas tras una guerra que parece haber borrado todo recuerdo nítido de la vida anterior. En 1984 existe un régimen totalitario que controla las vidas de los ciudadanos hasta los mínimos detalles, incluso en el lenguaje. Los seres humanos son usados como herramientas al servicio del Estado, olvidando su voluntad, su identidad, aceptando un destino predeterminado, limitando las sensaciones.
En Blade runner, la guerra ha dejado la Tierra cubierta de un polvo nocivo para las personas, que en su mayoría emigraron a Marte, y muchos de ellos compraron androides (copias robóticas de seres humanos cada vez más perfectas, salvo por la capacidad de empatía) a su servicio. Quienes sobreviven en la Tierra, conviven con animales eléctricos, pues pocos ejemplares quedan de verdaderos animales, los alimentos de antes de la guerra son un preciado tesoro, y los edificios de las ciudades se encuentran prácticamente deshabitados. Las cajas de empatía modulan las emociones como si se tratara de la frecuencia de una radio.

Si el impulso utópico es el progreso, el impulso distópico es la destrucción producida por el progreso. Y aquí sale de la despensa el ingrediente de la culpa.
Este sentimiento procede de una deuda con los propios valores. Si actuamos contra éstos, lo sentimos como una traición contra nosotros mismos o contra aquello que ligado a nuestra identidad. En la cultura cristiana, los pecados son una traición a las leyes de Dios, pero cuando esta figura desaparece y el hombre se pone en su lugar, nos convertimos en ofensores y ofendidos. La distopía parece la única consecuencia imaginable de nuestros actos: polución, tecnología descontrolada, guerras nucleares, un meteorito encabezonado en estamparse con nuestro planeta... En cualquier caso, nuestro castigo parece tener más peso que nuestra recompensa, pero ¿realmente lo hemos hecho tan mal como civilización? ¿Tan salvaje ha sido nuestro progreso que en vez de satisfacernos, asusta a la imaginación y a nuestra capacidad de control?
Segundo ingrediente: atracción hacia la desesperanza. Con esto me refiero a una lectura del concepto de vértigo como lo entendió Lacan, "atracción hacia la caída", una mezcla de miedo y deseo, curiosidad a pesar del peligro. Este sentido está más dirigido a la estética, es decir, al placer que encontramos en la lectura de estos supuestos futuros. Al igual que con las historias de terror, son tan desagradables como atractivas (y, en definitva, la distopía es una pesadilla sobre el futuro). ¿Somos masoquistas y morbosos? Seguramente sí. ¿El encontrar placer en el miedo, y que el contraste de sensaciones aumente la intensidad de ambas, es lo que nos atrae de las distopías? Posiblemente también.
"La angustia es el vértigo de la libertad. Es el momento en que todo ha cambiado: “la libertad se incorpora nuevamente, ve que es culpable”, dijo Sigmund Freud. ¿Cómo podríamos entonces quitarnos de nuevo el peso, la culpa, la angustia; sin renunciar a la libertad?
La forma de "expiar los pecados" no sería condenarnos a desaparecer, sino ser conscientes de nuestros actos como Humanidad, dejar el terror para la ficción, y traer a la realidad, al futuro próximo, una nueva utopía.

lunes, 6 de enero de 2014

Ayer fue domingo

5 de diciembre, para más señas.
Ayer hizo un año que volví contigo, que pasé por tu gran plaza repleta de niños y luces, tirando de la maleta, sonriéndote por tu bienvenida húmeda. Volví, y mi piso estaba empapado de tu cielo plomizo, y me resultó terrorífico y divertido al mismo tiempo.
Ayer fue domingo, y podría haber dado un paseo matinal por la Alameda, haber conversado con los señores que compran el periódico en el quiosco, haber escuchado la banda que toca en la glorieta, con el pan del Preguntoiro caliente en las manos. Habría pasado a las 12 menos 10 por la praza Cervantes para encontrarme con Daniel y planear otra visita a su cama con pretexto de una cerveza en cualquier bar cercano. Comprobaría que las tiendas están cerradas y el campo abierto. Pasearía por la orilla del Sarela o por el puente del Sar.
Las pasteleras del Casal Cotón no me ofrecerían un trozo de capricho de almendra que se reservaban para los turistas, como siempre, y volvería a casa para ver Sons of anarchy, tocar A certain romance.
Metería toda la ropa sucia en la maleta y la llevaría a lavar a la residencia de Daniela; y mientras se lavara la ropa estudiaría en el ancho alfeizar de una ventana que ya bien conocía, con un radiador debajo y toda la luz posible sobre el folio. Hacerse pasar por una residente más era incluso reconfortante, no dudaban de la comodidad con la que me apoderaba de la ventana. Al volver a casa  bailaría todas las canciones de los Strokes cuando anocheciera, tras uno de esos atardeceres de invierno.
Después iría a por la merecida cena. Una bolsa de frutos secos recubiertos de chocolate. Almendras con chocolate blanco, negro y con leche, pistachos, nueces, avellanas, coco rallado y naranja caramelizada. Aventurarse al frío de la noche para ir a por mi botín era una cotidiana hazaña épica, amenizada con un poco de aire que me levantara el pelo y me hiciera apretarme en el abrigo.
La gran plaza vacía y mojada, con un foco al fondo, un tenor solitario en la bóveda cantando Hallelujah. No puedo irme de allí. Es imposible. Y hoy es lunes a 1000 km de la plaza.