viernes, 30 de marzo de 2012

Un ciudadano errático

César no existe. No le encontrareis en ningún lugar de la Tierra. En ninguna lápida, en ningún censo municipal ni en ningún libro de Historia.
César sólo existe en mi mente, existe levemente. Cuando nació era poderoso e imparable, tanto como carismático e inteligente. Conquistó mi alma y mi cuerpo, lo invadió todo. Por eso lo llamé César, debía tener nombre de emperador.
Lo cierto es que César existe parcialmente en un hombre: mi Calíope, mi fuente de inspiración, del que extraje la vida y las palabras de César; con el que iniciaba conversaciones que acababa con César. Y como mi Calíope era escurridizo y ambiguo, yo interrogaba a César después y él me respondía según mi estado de ánimo u optimismo.
Cada vez ambos se desligaban más, el personaje y la persona, a César lo envolvía de besos allí en mi mente y él se atrevía a ser claro y sincero cuando hipotéticamente me quería, y paseábamos por mundos imaginarios aunque viables.... hasta que ambos tropezábamos con mi Calíope, y la distancia se hacía abismal, y reescribía las palabras de César, y lo recargaba de su poder abrasador si le había dado tiempo de flaquear. Llegaba en el momento exacto para garantizar su representación mental (no sé si voluntariamente, pero parecía saberse mi muso).
Y César enmudecía por el recuerdo aplastante de su original, hasta que yo necesitaba de nuevo volver a fantasear y me reencontraba con César en mi habitación (en un puente dos calles más abajo, en mi mente).
Pero los caminos de César y Calíope se bifurcaron cuando no quedó lugar a la imaginación, cuando necesité algo de verdad y Calíope respondió lo suficiente como para que César perdiera su razón de ser, perdiera solidez su cuerpo y voz su boca.
El abismo con Calíope quedó insalvable por fin, incluso para la fantasía y el deseo, que quedaron de esta orilla, con mi alma y mi cuerpo. Y los pedazos de César, ingrávidos, los recogí en estas páginas. Convertidos en palabras, algo sólidos. Al menos con la posibilidad de ser representación en la mente de otros, o ceniza.

miércoles, 28 de marzo de 2012

ya no, ya no, siendo realaistas y sin paranoias, por ahí no vamos bien. Le doy a las teclas como si fueran un piano y estoy receptiva a lo que venga no importa si un falo o mi camita fuuuuuuuu vaya tela de tentaciones yrecuerdos y todo se envuelve y todo un revival con sorpresas incluiídas y diversión y dessinihbición y ale

domingo, 25 de marzo de 2012

La sabia inocencia

Con los años, los deseos parecen hacerse más terrenales pero complejos, pretendemos transformar el mundo o a los demás o a nosotros mismos; las circunstancias o el pasado.
Con los años, tiene que hacerte aterrizar una pequeña persona que sólo lleva 4 años en el juego de la vida; tiempo suficiente para hacerse algunas preguntas y tener sueños que por su sencillez e imposibilidad, los adultos suelen olvidar (aunque sus sueños puedan ser igual de imposibles). El punto en común es que seguimos construyendo mentalmente la perfección durante toda la vida, pero lo admirable es la convicción con que esta pequeña persona me preguntó dónde encontrar su deseo.
- ¿Dónde puedo encontrar unas alas? - me preguntó.

Unas alas. La pequeña exploradora quería volar. ¿Acaso el escenario se le hacía pequeño, más aún que su propio cuerpo? ¿Imaginaba la emoción vertiginosa de no sostenerse en el suelo, de ser leve, del viento en la cara?
- Bueno, yo puedo enseñarte a volar desde una montaña. Nos ponemos unas alas como de pájaro, saltamos y volaremos un buen rato por encima del bosque. - le respondí.
- Pero, ¿puedo dejarme las alas puestas para siempre?
- Bueno, para dormir sería incómodo, mira cómo duermen los pájaros. Pero de día puedes llevarlas todo el tiempo que quieras.
Y se fue corriendo y riéndose a otro sitio. Ya estaba volando en su imaginación.

lunes, 12 de marzo de 2012

Epistemología, no psicosis

Si una proposición es verdadera, quien la afirma sabe qué está describiendo, pues tiene sentido en la situación en que se ubica, o el estado de cosas del que la proposición es figura. En ella, se construye una situación a modo experimental, para crear el mundo a través de una estructura lógica, formada por afirmaciones con significado que relacionan y refuerzan entre sí. Este andamiaje que se adquiere de forma indirecta, pero uno mismo es quien va construyéndolo para ir asimilando la cultura y la capacidad de comunicación.
Estos ejes que forman el andamiaje, que no necesitan justificación, se dan por establecidos porque han quedado en vías muertas del lenguaje y ahora forman parte del andamiaje de preguntas y respuestas que considerábamos verosímiles. Dan pie a nuestras investigaciones, a la búsqueda de la certeza.
Los pilares comunes encontramos entre Wittgenstein y Lewis, llegan aquí: El fundamentismo defiende que determinados enunciados, emitidos en determinadas circunstancias pueden ser completamente ciertos. Cualquier cosa que afirme apelando a la razón, tendrá un grado de certeza igual o inferior al enunciado mismo que trata de justificar. No tiene sentido preguntarse cómo lo sabemos, ni hablar de justificación. No es que estas creencias estén injustificadas, no tienen justificación porque no pueden ir más allá. Al final de la cadena se encontrarían proposiciones que en realidad no son empíricas. Son el lecho sobre el que discurren las demás creencias.
Es curioso como se complementan las metáforas del edificio y de la red. Bien podíamos imaginar una torre (robusta, hecha de proposiciones como “todo ser humano tiene padres”), envuelta en una gran malla de proposiciones conectadas entre sí (llamándola, por ejemplo, sistema de valores o creencias). ¿Qué la certeza está más cerca del fundamentismo y la creencia del coherentismo? Posiblemente, pero como quedarse con una sola afirmación suele ser algo incompleto, más vale enriquecer los saberes con todos los matices que tengan cabida. 
Se podría decir que Wittgenstein fuese una inspiración para Lewis, en el sentido de que recoge la gran revisión positivista que éste hizo sobre la epistemología, declarando al lenguaje una herramienta para acceder a la realidad y comprenderla. A Lewis se le puede reconocer también el ejercicio revisionista que hace en el “Conocimiento elusivo” al reconocer la función tanto del escepticismo como del fiabilismo en la materia del conocimiento. El conocimiento es escurridizo, efectivamente, pero por ello el escepticismo que acepta se acepta más al pirrónico que al cartesiano: podemos permitirnos la duda cuando estamos hablando de epistemología; y en el entorno cotidiano nos dejamos llevar por la coherencia y el fiabilismo para poder interactuar con el mundo de manera efectiva. ¿Cómo siendo continuamente epistemólogos, podríamos llevar el día a día? Tal y como dijo Wittgenstein, no se puede dudar de todas nuestras creencias simultáneamente, alguna conexión con la realidad debe quedar, algún conocimiento mínimo para no estar flotando en un limbo existencial.

lunes, 5 de marzo de 2012

La idiotez madura

Es la sorpresa al saberse de nuevo capaz de fascinarse por un gesto físicamente común, pero absolutamente mágico ejecutado por una persona en concreto.
No lo responsabilizo del vuelo caprichoso de mis deseos, que sólo quieren unos ojos, una boca, unas manos.
Mi voluntad oscila entre insistir o desistir, en el atrevimiento patético o la retirada de la incertidumbre. Y la valentía o la cobardía son términos que se mezclan y pierden significado, porque sólo cuenta la barrera autoimpuesta de la racionalidad. Esa razón que frena con un ejército de motivos el impulso al abismo de lo sensorial y sentimental, que lo ocupa todo cuando llega y arrincona los pensamientos en la esquina de la dueremevela.
Pero hay que formular un aviso, una petición, algo que indique el deseo inquieto de alcanzar esos labios (los únicos), y de desoír consejos y estampar el tiempo contra la pared de la eternidad del presente. Y es cuando se reaviva la emoción del descubrimiento, la sorpresa por lo que llena los sentidos, el sumergirse en una ola de dulce densidad, de manos enredándose y de la frontera desarmada entre un cuerpo y el otro.
Y entonces, recordar algún sueño y hacerlo sólido en un susurro; y dentro de este micromundo la luz es distinta y la textura de los objetos la ha pintado Monet,y puede sonar la música que vaya al ritmo del baile de la mirada.