sábado, 24 de agosto de 2013

IV

Las reuniones de La caverna tenían como objetivo explícito "arreglar el mundo desde cuatro humildes paredes, no como en la pomposidad del tratado de Versalles".
 El objetivo implícito era reunirse una vez a la semana en el sótano de un café con olor a humedad, entorno a una larga mesa rodeada de sillas, y éstas a su vez rodeadas de cajas de cerveza; para plantear una cuestión acordada de antemano, y sobre la que se discutía, algunos dando grandes discursos, otros dando algunos más vagos que eran rápidamente vapuleados por los demás.
 Yo intervenía cuando pensaba que mi opinión era lo bastante importante para el curso del debate, entonces mientras los demás se exaltaban u observaban absortos al orador de turno, yo iba agarrando ideas y soltándolas según el ritmo argumental del instante. Lo magnífico de este grupo era el sentimiento de comunión instantánea que se daba, independientemente de que los miembros fuesen amigos o recién llegados. Personalmente, me lo tomaba como un juego muy serio; tal y como se tomaría un jugador de tenis aficionado una partida contra un profesional: aquello me activaba la mente, me la despejaba, me la cansaba de una manera reconfortante, como podía comprobar cada vez que salíamos del café al frío de la calle, y se me helaba la nariz. Entonces podía sentir el cerebro casi en llamas, palpitando y eufórico.
Pensar en solitario, como hago aquí, es otra historia. Lo malo es que no puedan darse los hechos aislados, es decir, que no pueda coger las noches de La caverna y llevármelas aquí, a mi paraíso. Me las traería limpias y enfocadas, sin todas las pavesas que aún estaban suspendidas en aire de cualquier recuerdo reciente que me situara en Florencia.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Sentido tragicómico de la idiotez III

- Eres poeta, ¿no? Creo que pasarás bastante por aquí.
 - En parte lo soy. Se supone que soy músico, pero me gusta torturarme de varias formas. 
 La camarera sonrió, me puso delante un vaso con un líquido oscuro y de olor fuerte. 
 - Invita la casa – dijo.

Llegué a mi nuevo piso: 35 metros cuadrados, abuhardillado, dos ventanas que daban a la lluvia, como dos lunas de coche que me hacían creerme dentro de un tren de lavado, más reconfortado aún de lo que uno suele sentirse con la lluvia cayendo al margen de los cristales, con sólo unas gotas estampándose con ellos. No, en mi piso todas las gotas se aplastaban sobre los cristales inclinados, y la sensación de estar dentro de mi burbuja, de tener por fin mi microcosmos sólido y amueblado, era maravillosa. Puse la radio. Un concierto de Muse en directo desde Alemania, y luego unos comentarios sobre la tormentosa vida de Dovtoieski. Evidentemente, no es Chejov. Fiodor no podía analizar las frustraciones fruto del aburrimiento de las grandes familias de la madre Rusia; Fiodor no podía omitir la mugre de las almas dolidas, de la suya propia arrasada por la muerte, la evasión del sufrimiento, la injusticia, las cárceles y las deudas. Pero volver a entrar en la discusión sobre si el sufrimiento hace más profundo y valioso a quien lo sufre no es pertinente; mucha gente ha sufrido profundamente, con motivos individuales, la cuestión es la capacidad de análisis y expresión del mismo, como el que hurga en su propia herida para explorarla como un científico improvisado.

Y luego, tuve un momento de recuerdo para los besos de despedida.

Lo cierto es que mi ciudad me fascinaba y me quemaba a partes iguales, pero en lo últimos meses se había vuelto algo insano. La ciudad seguiría para mi, la idea es que los protagonistas de sus escenas cambiaran, especialmente yo. No me preocupó demasiado dejar a la gente atrás, pues ya sabía quién se perdería por el camino y quién seguiría presente. Podía tomar mi marcha como una poda social. Aurora estaría conmigo aunque me cambiara de planeta, y Dani, y los chicos de La caverna también. Los demás eran mis actores secundarios, todos los tenemos y todos lo somos para algunas personas; y me alegraría verlos de nuevo aunque no los echara en falta en absoluto. 

No soy alguien que suela buscar a la gente. Simplemente, los dejo pasar si quieren. Pienso volver, y me pregunto con qué historias, con qué renovada actitud, si con más risa o más escepticismo. No busco un Trópico de cáncer a la española aquí: la destrucción y la decadencia no son lo mío. Puede que me guste la vida demasiado como para pelearme con ella de vez en cuando y hacer así la reconciliación más intensa. Aunque esta vez no es problema de la vida, era una cuestión entre Lila y yo. Ella sí era un total trópico de cáncer, y un cáncer por sí misma también. Le encantaba representarse como un icono del vacío existencial de nuestro siglo: “la sociedad me hizo fría e insensible, y hay que sobrevivir en ella”, etc. Resultaba hipnótica al principio, con su retórica entre estoica y rebelde, entre herida y dura, y el misterio de su sonrisa sarcástica hacía que cada noche alguno rodara por su cama, y luego se despedía seria e inmutable, dejando claro que su muro era irrompible. 


martes, 13 de agosto de 2013

Desaparece

de los pocos rincones del mundo y de las memorias en las que has dejado huella
corre, pequeño, antes de que alguien empiece a echarte en falta
no hace falta que te despidas, pues eres una sombra
te asomas al mundo de los vivos de vez en cuando
pero tu mente no puede soportar tantos conflictos de intereses
tanto deseo cruzado, tantas intenciones ocultas
tu cueva es más segura y tus carceleros no muerden
Es triste pensar que sólo nos unieran los miedos
Y que tu miedo te haya alejado, ¿qué puedo esperar de este mundo?, decías
Tú sólo querías personas de agua (transparentes)
También querías a alguien que te sacudiera la pena
pero lo cierto es que sólo uno mismo puede salvarse de sus propios fantasmas
Yo te decía que no quería más juegos de alter ego,
que la premisa era "algo sencillo y hermoso", algo,
encajado en un instante, en dos, en infinitos
pero que el pasado no nos debía devorar ni el futuro echarnos la soga al cuello
podría hacer de cualquier esquina un paraíso
no contigo, que te has acomodado en tu propio infierno
con cualquiera que entienda que la redención está en este mundo
en el tacto.
Y reconozco que yo sigo llevando la armadura de hielo
que no podemos fundirla ni yo ni la gelidez de las ausencias profetizadas
Pero piénsalo, ya soy en parte de agua.
Corre, corre de lo que más desees, no te vayan a atropellar tus sentidos
no te vaya a latir el corazón, no vayas a dejar de vagabundear por la memoria de los otros.

viernes, 9 de agosto de 2013

Que la razón mande sólo en sus dominios. Que en los instantes de reacción se calle. El pragmatismo no vale con las emociones.
¿Qué le voy a hacer? En mitad del gran desorden me sigo creyendo veleta, al final de tanta vuelta hay que señalar un norte, un sur. Decir de alguien que es un veleta prueba poca imaginación: se ven las vueltas pero no la intención, la punta de la flecha que busca hincarse y permanecer en el río del viento.
Hay ríos metafísicos.
Aquí, amor, la vida se hace extraña a veces.  O la extraña soy yo en este mundo en que gente recién conocida me halaga después de escucharme un rato hablar, y quieren a cercarse a mi, y no consigo encontrar la seguridad ni la sintonía espiritual que sentía con la gente de Compostela; contigo. No confío en esa primera impresión que pueda despertar en otros porque sé que es una capa fácil de rascar, y destrás se encuentra la piel que puede resultar menos atractiva a la vista pero más profunda y esencial, y ahí puede llegar la media vuelta y el alejamiento (como casi siempre), y o que no tenga necesidad de decir casi nada para confiar en hacer una hermosa locura, sin que la razón tenga nada que decir, ni la experiencia y ni los condicionamientos varios