martes, 22 de abril de 2014

Querida y olvidada yo del pasado

¿Debería sentirme mal por el punto al que han llegado las cosas?¿Por mi cúmulo de decisiones? No, en absoluto. Y no espero que tú me comprendes, no puedes. Al igual que yo no puedo comprender a mi yo (nuestro yo) de 40 años; tú, renacuajo de 18, tampoco puedes imaginar cómo hemos llegado hasta aquí. Tú en potencia y yo ahora.
No tenemos trabajo, señorita me-creo-una-lumbrera. Y poco importa si somos una lumbrera o no. Soy psicóloga y la sociedad no reclama de mi nada más que vender mierdas a comisión. He llegado a trabajar en esas cosas, por mucho que te parezca imposible romper la timidez que te invade.
Yo me la sacudí a la fuerza y primero es liberador, luego llegas a un punto despreocupado en el que podrías decir cualquier cosa con total deshinibición. Lo sé, aún tiemblas cuando tienes que presentar un trabajo en clase. Yo he llegado a presentar uno con un lamparón de atún con tomate en la ropa. Haz alguna broma sobre que se te ha olvidado cómo se come, la gente se reirá, y no importará que tengas un lamparón o periquito subido a la cabeza.
Ese rollo pensativo-místico-solitario que siempre has tenido se traducirá en un vicio: filosofía. Ten presente esa palabra. Será tu mariposa del huracán. Aún no has visto El efecto mariposa, pero lo entenderás para entonces.
El amor de nuestra vida por el momento, no ha sido un príncipe de la Rusia zarista. Fue un ratón de biblioteca al que le encanta dar pena, y que te traerá por el camino de la amargura y los traumas unos cuantos años. Yo aviso. Aún estoy solucionando ese despropósito.
Te preguntarás que si no hemos tenido una historia de cuento de hadas, qué hemos tenido. Pues muchas historias breves y preciosas. No te vas a enamorar de ninguno de ellos. Y con ellos me refiero a un plural muy grande, pero siempre estarás deseando en el fondo que alguno no pase de largo y te diga que se quiere quedar contigo.
Uno te lo pedirá, le dirás que sí, y por un tiempo dirás con orgullo que tienes novio, pero sólo estás intentando convencerte a ti misma de que ya te has curado del señor de las gafas. Aparecerá el señor de las gafas para sabotear tu relación, a ti se te irá la cabeza por él otra vez, y te quedarás felizmente soltera y con amorfobia un par de años más.
Después, un chico maravilloso te preguntará si quieres salir con él después de una noche de lujuria bajo los efectos del ron (porque sí, doña Perfecta, te vas a emborrachar y vas a fornicar sin amor, aunque siempre con cariño y pasión). A ese chico le dirás que te dan grima las relaciones de pareja, y después te cagarás en esa afirmación.
Después un chico te pedirá que te fugues con él, y dirás que no.
Después te enamorarás, por fin, de alguien que parecía bajado del puto Olimpo, y se rajará cuando más segura estabas de confiar en él.
Pero no te desesperes, no acabarás como Uma Thurman en Kill Bill (que también verás esa peli y todas las de Tarantino). Ahora eres sublime -ya pillarás eso cuando veas una serie llamada Cómo conocí a vuestra madre-. Eres sublime porque estás liada con dos hombres a la vez, ambos saben de la existencia del otro, nadie está celoso y recibo cariñitos por doquier.
No te preocupes, aunque te puedas escandalizar, estoy genial. El mundo abierto, con miles de posibilidades delante de mi. Estoy lanzando la moneda y viendo de qué lado cae, hasta que me gusta más la cara o la cruz. O deje de lanzar monedas y me pase a los dados.
Tendrás un lema, querida yo adolescente. Hakuna matata. Al pie de la letra.