domingo, 21 de julio de 2013

Puede que te haya encontrado. Esta nueva afirmación, que aún es probabilística, rompe una barrera que hace un momento me parecía obvio derribar, pero ahora que la he traspasado (puede que en vano) se me disparan las típicas dudas de cuando una decisión está a punto de materializarse, se aparece a la vista acompañada de todas sus posibles consecuencias.
No hay nada que perder, supongo, y debería alegrarme por no tener que dejarlo todo al azar, como harían las personas antes de contar con la tecnología; sólo podrian esperar años y años a cruzarse con la persona perdida por la calle, y reconocerla a tiempo, y reunir el valor para acercarse y decir algo antes de que el instante pasara, y con él toda la cadena de acontecimientos vitales que envolverían el encuentro.
Me represento los instantes que puedes llegar a vivir con otra persona, como figuras hechas de humo de cigarro que la rodean como un aura, leves e ingrávidas, susceptibles de que un descuido de uno de los dos no las deje realizarse y grabarse en las respectivas memorias, esculpidas en cada una a su estilo, pero existentes en algún recodo neuronal del mundo.

Toda esta pataleta de encontrarte viene por el empeño de repetir los buenos momentos, de no dejarlos ir, y pensar que no volveremos a encontrar algo tan bueno, y caemos en el error fantástico de imaginar el reencuentro como una escena perfecta, coreografiada, escrita sobre guión, vista desde fuera de nuestro propio cuerpo, como observadores de nuestro futuro incierto.
A riesgo de la estupidez de buscar a una persona con la que hubo reacciones químicas una noche, y que resulte que no fue más que esa noche, me escudaré en el verano, en las circunstancies vitales del domingo, en la vuelta a la ciudad de origen (de tu vida y de todos tus dolores de cabeza) después de pasar un años en otra dimensión; mi cansancio de pseudo historias de amor... qué sé yo. Simplemente, no fui capaz de irme contigo y ahora al menos mi conciencia me dice que he sido capaz de buscarte, y de creer que te he encontrado y de pretender comprobarlo, y asumir las consecuencias sin condiciones y... voy a saberlo ahora mismo.

jueves, 18 de julio de 2013

Luis:


La vida anda por aquí, la ciudad a la que dirigí perdiéndote a ti, rápida y estimulante. Vertiginosa y bella. Difícil de asimilar. Necesitaría la calma de muchos trenes para que los cambios se asentaran en mi cabeza mientras mentalmente sigo agarrando tu mechón rubio entre los dedos.
Cuando cierro los ojos, me vuelvo al universo táctil y casi mudo de nuestra historia anónima y pura, extraña y demente para algunos, una salvación para la rutina aplastante y los casos perdidos.
La pregunta es inevitable: ¿qué habría pasado si hubiera mandado a la mierda a esta ciudad y me hubiese bajado contigo? ¿Habríamos recreado Antes del amanecer? ¿Mi condena por no haberme ido contigo es no encontrarte jamás por la calle, que no me busques, que me pregunte eternamente el "y si", que sigas siendo la excusa antes mis futuros amores fallidos?
Mis alas aún estaban forjándose sin estar listas para volar. No puedo buscar a quien vuele si yo no lo hago. Perdona. Volamos un poco y me asusté.
No ha sido la única vez en este trecho que me he encerrado en mis cómodas fobias, pero en este otro caso tengo una suerte que espero merecer.
Al menos, he aprendido a distinguir cuánto hay mescalina (magia química) entre yo y otro ser humano. La mescalina va a ser mi criterio y mi respuesta a mi pérdida emocional de los últimos años. El elemento oculto de la alquimia es dos desconocidos besándose en un tren. Es una de las respuestas que fue a buscar a la tierra sagrada y que finalmente hallo cuando he vuelto a mi mundo, y vislumbro con una claridad pasmosa qué no es mescalina para percibir con una sensibilidad amplificada qué sí lo es.
Por eso, desconocido, te llamaré Luis. Por eso, como me basta con el tremendo regalo del cosmos de encontrarte y ser mi respuesta, que te volviera a ver sería algo que dejo fuera del alcance de mi deseo.