sábado, 29 de octubre de 2011

El blues como expresión dionisíaca

La música inspira un sentimiento único a cada persona y en cada momento.
Pero también es cierto que cada estilo, y cada una de sus corrientes, se carcterizan por un matiz expresivo distinto.
Blues en inglés significa melancolía. Y en ella, hay quien se sumerje hasta sus entrañas y saca la fuerza para gritar y bailar, como Albert Collins. Hay quien la contempla y la reproduce con notas leves y tristes, como Skip James o Mississippi John Hurt.
Lo cierto es que los sentimientos, al igual que los deseos, vuelven con más fuerza si son ignorados, no podemos expulsarlos porque forman parte de nosotros mismos. Sólo tienen que pasar, existir en su momento; y en esos momentos de necesidad expresiva, esa fuerte sensación que se revuelve en nosotros sale transformada en música o en cualquier forma de representación posible.
Y entonces llega la descarga, la liberación; el alivio, en parte, tras un momento de intensidad, de un torbellino de pensamientos y emociones que tras bucear en ellos, la supervivencia misma te hace volver a la superficie a tomar aire de nuevo.
Yo tocaría en un blues un inventario de nostalgias, de aquello que pasa de ser una tremenda ausencia a monumentos erigidos en la memoria, para la memoria de todo lo que nos llevó hasta quienes somos ahora.
Foolish things that had a meaning only for us,
Treasures that can't exist again
Y después, posiblemente, abandonarlo ahí y seguir, buscando el mundo en otros escenarios, palabras y texturas. Para esas inmensas sensaciones que rompen la barrera del placer y el dolor vuelvan y nos recuerden (por eso su insistencia en no ser ignoradas) que seguimos vivos.
Es cuando tras salir de los suburbios del hastío, sonríes, aunque el nudo en la garganta siga siendo el blues que nunca has llegado a cantar: El mundo sigue ahí fuera esperando a ser percibido de una forma distinta cada vez, tras el cambio consecuente de merodear por uno mismo.
En cantar a los porpios defectos está un primer paso para reírse a solas, y crecer invisible y silenciosamente.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Removiendo posiciones

La teoría de la identidad social defiende la idea de que una persona pertenece a un grupo cuando parte de su yo se corresponde con lo que define al grupo. De ahí se desprende que busquemos motivos para que el grupo con el que nos identificamos destaque positivamente por encima de los demás, y alzar así nuestro ego y nuestra razón. Intentaremos darle un trato de favor al resto de sus miembros para reforzar aquello que todos defienden en común. Cuando el grupo no satisface nuestro sentimiento de pertenencia, lo abandonamos o lo justificamos.
Me pregunto ahora, frente a unas elecciones generales inminentes, cómo han cambiado las posiciones frente a las circunstancias que han hecho explotar la desastrosa legislatura y el descontento general con el sistema político y la economía.
Por una parte, el partido gobernante se desmorona internamente, por un proceso muy básico: su líder ha decepcionado y se ha largado a tumbarse en una hamaca, las decisiones del partido faltan a su denominación de socialista incluso en sus versiones más destiladas. Ahora coloca como candidato a la figura de más peso de su gabinete, pero poco digna de confianza para la población. Cuando un político no parece transparente, su actitud es esquiva o soberbia, no se gana al electorado (aunque también sea demasiado fácil fingir una actitud cercana para ganárselo).
A la gente le ha quedado la sensación de que el gobierno ha estado descontrolado, se ha contradicho a sí mismo, ha tomado decisiones mal y tarde, ha pretendido tranquilizarnos cuando estábamos ya al borde de la psicosis colectiva. Y, sin embargo, cuando pretendemos que nos escuchen de forma pacífica en los espacios públicos (ya que por vía oficial nos es imposible), se reprime o se minimiza. Esto contribuye, además, a que nos sintamos engañados al llamar a nuestro sistema democracia.
Entonces, nos encontramos a militantes, o seguidores desde hace décadas, que siguen defendiendo al partido ya ni siquiera con argumentos, sino con justificaciones o tirando porquería al contrario para parecer "menos malo". Otros, se han desvinculado, avergonzados, enfadados, básicamente porque su partido ya no tiene apenas nada de idea de la que partió. Crisis ideológica similar a la que ha provocado la corrupción y el estaticismo histórico de la Iglesia.
Por otra parte, tenemos al partido de la oposición, seguro de que ganará las elecciones por el descontento de la población hacia el contrario. Curiosamente, no ha hecho público aún su programa electoral. Fríamente, ni le haría falta: la idea del voto perdido hace que al ser la segunda potencia política se convierta en prioridad para el voto. Su reclamo publicitario lo dice todo: "Cambio"
Parece que nos contentaremos con eso, al algo diferente, no mejor, suponemos que no peor.
La alternancia de partidos del sistema canovista acabó hartando a los españoles a principios del siglo XX, sus gobernantes de turnaban el trono mientras ellos votaban para formar parte del teatro.
Hay una gran parte de la gente convencida de votar a la alternativa, otra gran parte dispuesta a no votar o votar por un partido pequeño. Posiblemente, haya una mayoría absoluta aunque quisiera pensar que partidos minoritarios de nuevo tengan representación en el congreso.
La cuestión es que ahora, técnicamente no hay líder, la gente está cabreada y el que llegue posiblemente no sea capaz de solucionar los problemas que en las calles se gritan. Queda mucha tormenta, la identidad social da estabilidad y no hay demasiada en estos tiempos.
Hace falta unidad y consenso hacia una dirección, en la se contengan toda la diversidad de opiniones que engloba la sociedad; en la que, por lo menos la representación sea proporcional y la intervención ciudadana sea directa. Creo que es lo mínimo que podemos para seguir apostando por este país y no tener que abandonarlo, resignados a que no tiene arreglo o que no tenemos nada que intentar.