jueves, 21 de julio de 2011

Preocupaciones del pequeño consumidor



Es curioso ver cómo las sociedades se adaptan a su tiempo y empiezan a preguntarse sobre él de forma institntiva. Durante la historia se han planteado las grandes cuestiones de la existencia y se ha ido acumulando todo ese conocimiento hasta hoy, que el ciudadano occidental común se plantea cosas del tipo "¿Por qué cuando nos llaman al móvil sentimos la necesidad irrefrenable de ponernos a andar de un lado a otro?"
Y es cierto, lo hacemos, nos resulta curioso descubrirlo, pero también parece que algunas grandes cuestiones que más angustiaban se han ido resolviendo con la ciencia y la tecnología, y otras quedan latentes mientras el pequeño consumidor asume su papel e intenta entender la cultura en la que le ha tocado vivir, recurriendo como siempre es necesario, al humor.
(Pensamientos propios de escuchar la radio en un viaje en tren)
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El existir mientrastanto, el tiempo como puro medio para un fin. Para la llegada, el abrazo, el re-conocerse, la calma, por fin, de alcanzar el deseo y la nueva inquietud de descubrir qué hay tras sus telones.
Entre una vida y otra, tiempo de viaje. Esperar a que la máquina o el sueño te lleven a la otra orilla, donde encontrarse con un pedazo de tus siguientes días, como un preludio de lo que la vida puede llegar a ser.

En el mientrastanto de la vuelta (donde me espera algo nuevo también porque la ciudad no se paralizó sin mi, ni yo sin ella), pienso en los impulsos que se necesitan desde fuera para avanzar, que la eternidad y la soledad absoluta son como el aceite y el agua. Que el buscarnos unos a otros, el buscar a alguien en concreto, es tirarse de cabeza a la eternidad y fusionarse con todo aquello que perdurará más allá de lo que nuestro cuerpo nos deja.



Puede que por eso me parezca una cagada de miedo de la Humanidad querer alargar el tiempo de la vida a costa de la mayor artificialidad posible y en las condiciones que sea, con tal de no dejar de existir y diluírse, como si toda la huella que dejáramos fuesen nuestros cuerpos.
Revolviendo por los recuerdos, realmente nos dejamos pedazos de nosotros mismos por todas partes, aunque sean anónimos (aunque para evitar eso hay quien escribe su nombre por todo árbol o cuarto de baño que encuentra).
Pero volviendo a la espera del viaje, la música, el libro que elegimos como compañero para tantas horas, o pensar mirando por la ventana; además de relleno para ese tiempo inevitable hasta que se consiga el teletransporte, son como un entrenamiento final para llegar al deseado destino o los nuevos besos, como poner las neuronas en forma y despertarse con el punk como sólo un café conseguiría hacerlo.
A todo esto, hablando de eternidad, sin el arte seríamos meros mortales pegados a un cuerpo, pero es seguro que quien haya sentido alguna vez despegarse de él, es ya algo más consciente de su propia eternidad que todos tenemos de alguna humilde y humana forma.

miércoles, 6 de julio de 2011

A un barco de papel

Desquiciada de esta jaula espacio-temporal en la que se está convirtiendo la biblioteca, miro una de esas chorradas que hacen sonreír: un barco de papel, que no me podría llevar más lejos de donde mi imaginación vuela ahora mismo. Pero lo pongo sobre la página de referencias de las citas de los metaestudios del último tema que se me asienta en la cabeza junto con el resto de cachibaches que ya guarda.
Conste, no me quejo de este largo mes de tensión y horarios, es más pensar en el tonto impulso de correr a ningunaparte o de cerrar los ojos y abrirlos el día que un reloj me parezca tan inútil como una cerilla mojada.
A lo mejor esas supuestas limitaciones sobre las que medimos el perímetro de nuestra vida, se desvanecen cuando simplemente, te dan igual, le pierdes el miedo a la posible consecuencia y simplemente, decides que te apetece vivir. Desafío por el que te pueden llamar loco, algo que parece ir en contra de la comodidad moderna, que dicho sea de paso, es una histriónica: si como "civilizados" no le prestamos atención a sus delicias, se nos cabrea por todos los medios sociales posibles.
Y puede que esta reacción eufórica venga, en parte porque pensar en ella me sienta bien (sigo en la biblioteca, pero me he ido a la República de la Abstracción), también por que ver antivida a mi alrededor en sus diversas formas me hace reafirmarme lejos de ella.
Quien antivive, tiene tanta desgana por la vida que ni siquiera se molesta en fastidiarla: simplemente la deja pasar y consumirse. O bien siendo consciente de lo menos posible de lo que le rodea, no se vaya a molestar saturándose de información y cansándose; o bien reduciendo su espacio vital lo máximo posible, existiendo para pocas personas o sólo para sí mismo.
Pero ya, de la palabra a la acción. Nos cachondeamos del tiempo cuando sólo podemos entretenernos mientras pasa, y permite llegar a ese momento que deseamos, por el que se nos vuela la imaginación como un barco de papel por las páginas que tengo delante hasta.........