Llegó
el momento en que por fin Ciara vendría a Galea. Ya
tenía pensado las librerías de segunda mano a las que la iba a
llevar, el recorrido por el que le enseñaría la ciudad, la gente
que le iba a presentar y los bares en los que probaríamos todos los
tipos de alcohol que pudiéramos soportar. Llegó en tren, así se lo
pedí aunque resultara algo caprichoso por mi parte siendo 11 horas
de viaje, pero así dejaría la cena preparada en la buhardilla, la
recogería en el andén, e iríamos caminando tomando el camino de la
catedral, que cogeríamos justo con el color de la puesta de sol. Ya
que Ciara amaba tanto el aire británico, aquello le parecería
Canterbury con un punto tenebrista de Harry Potter. Y al ver aquello
fue, como ella dijo, una patata feliz.
Estaba
tan a gusto con ella que reconozco que perdí la noción de la
realidad. Ambos la perdimos. Nos metimos en una espiral de pasear,
ver películas y hacer el amor; que nos pareció el mejor mundo
posible, obviando el hecho de que iba a acabarse en unos días;
obviando la certeza de que cuando volviéramos a Floria nada sería
igual, ni nosotros mismos. Pero nada malo existía mientras estábamos
juntos, así que nos dio igual cualquier tipo de consecuencia, de esa
que sólo existen en el mundo de los adultos. La cuarta noche que el
lambrusco nos subió la libido, le dije:
-
Tenía
que ponerme las gafas para verte, Ciara. Es
decir, las gafas de verlo todo desde fuera, de estar enfocado. Me
acordaba de ti, con tu Les Paul colgaba, y con los ojos cerrados
mientras tocas...
-
¿Yo cierro los ojos mientras toco? ¿En serio?
-
Sí, ¿no te has dado cuenta? Bueno, y entonces, al acordarme de eso
pensé: ahí mismo, en el escenario, le levantaría la camiseta poco
a poco, le daría un beso en el cuello y.... tendríamos que irnos de
allí inmediatamente.
Ciara
se rió soltando primero una especie de pedorreta, era su estilo .
-
Pero
esta vez quiero quitártela, no para omitir mis miedos, sino para
tirarme en picado sobre tu escote, y acomodarme allí durante un
tiempo indefinido. Prefiero tu olor a sándalo al de la ginebra y el
tabaco.
Me asustas, de la misma forma que asustan las montañas rusas: me meteré a propósito en el pánico, te pediré que te quedes en Galea, y que nunca vayamos a Inglaterra. Que llenemos el coche de discos de Sinatra que no pondremos.
Te pediré que me derrames cerveza por el edredón, que cenemos helado y lambrusco, que rodemos un cortometraje emulando a Meg y Jack White, yo aporreando la batería, tú cantando, un mono mecánico tocando los platillos en el suelo.
Y tú, pídeme que no piense en exceso y por defecto, pídeme que te rompa las cremalleras y los ojales, que te agarre a traición por la calle.
Me vibra la música en los oídos y en las vértebras, me invade la distorsión de tu Gibson y, por fin, siento una inmensa paz.
Me asustas, de la misma forma que asustan las montañas rusas: me meteré a propósito en el pánico, te pediré que te quedes en Galea, y que nunca vayamos a Inglaterra. Que llenemos el coche de discos de Sinatra que no pondremos.
Te pediré que me derrames cerveza por el edredón, que cenemos helado y lambrusco, que rodemos un cortometraje emulando a Meg y Jack White, yo aporreando la batería, tú cantando, un mono mecánico tocando los platillos en el suelo.
Y tú, pídeme que no piense en exceso y por defecto, pídeme que te rompa las cremalleras y los ojales, que te agarre a traición por la calle.
Me vibra la música en los oídos y en las vértebras, me invade la distorsión de tu Gibson y, por fin, siento una inmensa paz.
Sí,
el alcohol me hace hablar con más coherencia de la que tengo
habitualmente. Coherencia gramatical, porque lo que estaba diciendo
era una completa locura.
Ciara
no me dijo nada. Sólo me miró y empezó a acariciarme el pelo hasta
que me quedé dormido. Me conocía demasiado como para creerme. Y no
volvimos a hablar sobre eso. Porque eran sueños, sólo eso.
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