sábado, 15 de marzo de 2014

VI

Llegó el momento en que por fin Ciara vendría a Galea. Ya tenía pensado las librerías de segunda mano a las que la iba a llevar, el recorrido por el que le enseñaría la ciudad, la gente que le iba a presentar y los bares en los que probaríamos todos los tipos de alcohol que pudiéramos soportar. Llegó en tren, así se lo pedí aunque resultara algo caprichoso por mi parte siendo 11 horas de viaje, pero así dejaría la cena preparada en la buhardilla, la recogería en el andén, e iríamos caminando tomando el camino de la catedral, que cogeríamos justo con el color de la puesta de sol. Ya que Ciara amaba tanto el aire británico, aquello le parecería Canterbury con un punto tenebrista de Harry Potter. Y al ver aquello fue, como ella dijo, una patata feliz.
Estaba tan a gusto con ella que reconozco que perdí la noción de la realidad. Ambos la perdimos. Nos metimos en una espiral de pasear, ver películas y hacer el amor; que nos pareció el mejor mundo posible, obviando el hecho de que iba a acabarse en unos días; obviando la certeza de que cuando volviéramos a Floria nada sería igual, ni nosotros mismos. Pero nada malo existía mientras estábamos juntos, así que nos dio igual cualquier tipo de consecuencia, de esa que sólo existen en el mundo de los adultos. La cuarta noche que el lambrusco nos subió la libido, le dije:
- Tenía que ponerme las gafas para verte, Ciara. Es decir, las gafas de verlo todo desde fuera, de estar enfocado. Me acordaba de ti, con tu Les Paul colgaba, y con los ojos cerrados mientras tocas...
- ¿Yo cierro los ojos mientras toco? ¿En serio?
- Sí, ¿no te has dado cuenta? Bueno, y entonces, al acordarme de eso pensé: ahí mismo, en el escenario, le levantaría la camiseta poco a poco, le daría un beso en el cuello y.... tendríamos que irnos de allí inmediatamente.
Ciara se rió soltando primero una especie de pedorreta, era su estilo .
- Pero esta vez quiero quitártela, no para omitir mis miedos, sino para tirarme en picado sobre tu escote, y acomodarme allí durante un tiempo indefinido. Prefiero tu olor a sándalo al de la ginebra y el tabaco.
Me asustas, de la misma forma que asustan las montañas rusas: me meteré a propósito en el pánico, te pediré que te quedes en Galea, y que nunca vayamos a Inglaterra. Que llenemos el coche de discos de Sinatra que no pondremos.
Te pediré que me derrames cerveza por el edredón, que cenemos helado y lambrusco, que rodemos un cortometraje emulando a Meg y Jack White, yo aporreando la batería, tú cantando, un mono mecánico tocando los platillos en el suelo.
Y tú, pídeme que no piense en exceso y por defecto, pídeme que te rompa las cremalleras y los ojales, que te agarre a traición por la calle.
Me vibra la música en los oídos y en las vértebras, me invade la distorsión de tu Gibson y, por fin, siento una inmensa paz.

Sí, el alcohol me hace hablar con más coherencia de la que tengo habitualmente. Coherencia gramatical, porque lo que estaba diciendo era una completa locura.
Ciara no me dijo nada. Sólo me miró y empezó a acariciarme el pelo hasta que me quedé dormido. Me conocía demasiado como para creerme. Y no volvimos a hablar sobre eso. Porque eran sueños, sólo eso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario