Me siento atraído irremisiblemente hacia tus señas. No sé si debe a nuestra fatal similitud, o es fruto de que la falta de respuestas que tengo sobre mis propias teorías las veo
reflejadas en ti.
Porque contigo me entiendo perfectamente, pero con ella no soy más un polo magnético
que la arrastra hacia mi sin ni siquiera moverme, y eso me sobrecoge, es un poder que no
he ejercido sobre nadie, y que no reclamo.
Ella viene porque quiere, sin que se lo pida ni la busque. El epicentro de su deseo de estar
cerca de mi, lo desconozco y me fascina, como un paisaje inverosímil y extrañamente
hermoso. La soledad me ha llevado a ti otras veces.
No quisiera reengancharme a ti por mi absurdo miedo. Reconozco su absurdidad, y sin
embargo no sé echarlo. No sé por qué (o quién) sustituirlo. Tenemos ya una relación
oxidada, el miedo y yo. Digamos que ha llegado mi momento de emanciparme de mi fobia, y puede que tenga la señal delante: ella atravesando la habitación para sentarse a mi lado, y regalarme su olor y su sonrisa; ella en ese momento antes de la despedida, cuando nunca sé a dónde irán a parar sus labios. Ella mirándome y fundiendo el hielo, y dentro del hielo, un pez ya había olvidado nadar, pero instintivamente nada, aunque no entienda lo que
está pasando, ni cómo ni por qué, pero nada: respira y besa el agua, y se aclara la vista
entre las motas de polvo.
Tú eres la guardiana de mis tinieblas y mis luces, el limpiacristales de mi vista y mi piel.
Pero ya sabes, algo sencillo y hermoso se lanza a mayor velocidad hacia las entrañas que
cualquier otra medicina para el alma y los sentidos. Pero, no confíes en mi punto de vista,
perteneces a mi otra vida, y si te veo en ésta (entre mis paredes, entre la lluvia), me
reengancharé. Se trata de probar todas las combinaciones posibles espacio-tiempo-persona, hasta encontrar la que sea más nítida, o encontrar la cruda belleza en cada una de ellas, y no renunciar a ninguna. Y guardar dentro de mi todas esas versiones de mí mismo que me
recordarán que he vivido infinitas veces, y crear una inmortalidad del presente, hasta que
la memoria resista.
Yo,
quien vino para buscarse, me he encontrado en un orgasmo ajeno, en
una sonrisa y un aliento, con un significado íntimo, muy distante
del supuesto para el momento, el lugar, y la compañía. Como un
deshielo. Y
parece que Aurora está flambeando mi témpano desde fuera, y yo
intento gesticular para al menos darle las gracias.
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