sábado, 31 de mayo de 2014

Daniel

La historia con Daniel fue perfecta.
Directa, clara, sin cortesías ni cortejos.
Él quería acostarse conmigo, y me pidió mi número para tomarnos unas cervezas.
A mi me apetecía acostarme con alguien, y la cerveza también.
Así que quedamos, descubrimos que no teníamos nada en común de lo que hablar, y empezamos a besarnos. Con un vamos a mi casa fue suficiente, ni una palabra más.
Era delgado, tanto que se le notaban las costillas pegadas a la piel, blanca y suave. Tenía cara de niño, a pesar de ser mayor que yo, y un gesto entre travieso e infantil.
Era todo lo que nunca me había atraído. Era perfecto.
Estaba tan excitado que cuando acabábamos de hacer el amor y yo empezaba a dormirme, él volvía a agarrarme, y así dos veces más.
Por la mañana me hizo un café, como se lo haría a su compañero de piso, y lo acompañé al trabajo, como haría un amigo.
"Hasta luego, lo he pasado bien", "Hasta luego, ya nos veremos".

Echo de menos la naturalidad de dejarse llevar por el deseo, la ausencia de sentimientos, la claridad de intenciones.
Muchas historias deberían quedar así, sin un mal recuerdo, ni un reproche, ni una despedida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario