lunes, 5 de marzo de 2012

La idiotez madura

Es la sorpresa al saberse de nuevo capaz de fascinarse por un gesto físicamente común, pero absolutamente mágico ejecutado por una persona en concreto.
No lo responsabilizo del vuelo caprichoso de mis deseos, que sólo quieren unos ojos, una boca, unas manos.
Mi voluntad oscila entre insistir o desistir, en el atrevimiento patético o la retirada de la incertidumbre. Y la valentía o la cobardía son términos que se mezclan y pierden significado, porque sólo cuenta la barrera autoimpuesta de la racionalidad. Esa razón que frena con un ejército de motivos el impulso al abismo de lo sensorial y sentimental, que lo ocupa todo cuando llega y arrincona los pensamientos en la esquina de la dueremevela.
Pero hay que formular un aviso, una petición, algo que indique el deseo inquieto de alcanzar esos labios (los únicos), y de desoír consejos y estampar el tiempo contra la pared de la eternidad del presente. Y es cuando se reaviva la emoción del descubrimiento, la sorpresa por lo que llena los sentidos, el sumergirse en una ola de dulce densidad, de manos enredándose y de la frontera desarmada entre un cuerpo y el otro.
Y entonces, recordar algún sueño y hacerlo sólido en un susurro; y dentro de este micromundo la luz es distinta y la textura de los objetos la ha pintado Monet,y puede sonar la música que vaya al ritmo del baile de la mirada.

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