Qué importan ya esas canciones
The river, Tunnel of love o Disarm
si todas son postales de ilusiones momificadas
si son puñales de plastilina
y plumas agotadas que aterrizaron en charcos
después de encharcarme
las teclas y los ojos.
¿Y vosotros amáis la vida,
que os escondéis de ella
tras contenedores de ficción y verborrea?
Todos
destellos de unos mismos ojos
hijos de la incomprensión y la soledad buscada
girando en torno a la misma hoguera
donde los sueños embelesan en el baile de las llamas
y suben, envejecidos y leves, como humo.
Todos
igual de cobardes que el primero
al que la inocencia esculpió como Fidias
al que ni siquiera se recuerda por sí mismo
sino porque fue en su época
cuando me dedicaba una frase tierna
y la creía.
Entonces, la cuestión no es pensar
que fue el único sincero
es que vivió en mi vida
cuando creía en la sinceridad.
La diosa, la musa, la princesa
abandonan el cuento
de las heroínas de tragicomedia
que salvan niños frustrados de su vacío existencial
y sólo lo consiguen en un efímero momento.
Para después quedar con cara de esperpento
pensando What hell does it means?
y lanzan los guiones a la lluvia
y el futuro no existe y el pasado murió
y si estoy en un puente, siempre un puente
bailaré, correré y me asomaré por los bordes
pero siempre en movimiento
siempre rompiendo fósiles
siempre haciendo malabares
a veces artista del trapecio, otras del hambre
a veces es la rueca del letargo y otras el deshielo
o palabras en el caos o escenarios vacíos
o recuerdo del olvido o nostalgia del futuro
o carnaval del tiempo perdido
o, resumiendo en términos humanos
el pequeño desastre animal
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