jueves, 16 de enero de 2014

Dustopías

¿Se han fijado ustedes en que existe un subgénero literario y cinematográfico llamado "distópico", y no uno utópico? El imaginario colectivo está repleto de escenas sobre futuros poco prometedores.
A todos nos parece más plausible que en el año 2200 las ciudades estén destrozadas, contaminadas y dominadas por androides que se nos escaparon de las manos; ¿por qué no asociamos el futuro con ninguna escena idílica? Planteo una hipótesis: Por el sentimiento de culpa y el vértigo futurista, es decir, la atracción hacia la desesperanza.
Voy a desarrollar esta idea. Puede que me pierda a mitad de camino y la idea se tope con un callejón sin salida repleto de ideas asociadas, pero narraré mis pensamientos.
Bien, entre la literatura utópica encontramos títulos como "La República" de Platón, "La ciudad de dios", de San Agustín, o 2"Gargantúa", de Rabelais, donde la utopía se defina como un plan de gobierno en el que todo está regulado con vistas a la felicidad común. Entendemos también socialismo utópico como una idea de progresión hacia ciertos valores e ideales, regidos por un sistema distinto al vigente. En algunos casos más fantásticos que otros, bajo supuestos avances científicos que mejorasen la calidad de vida, la justicia y la igualdad, el reino de la razón y de Dios parecen los elementos básicos para la armonía absoluta.
Parece obvio que la tendencia natural del ser humano, como individuo y como sociedad, sea a la mejora, a dejar el mundo algo mejor de cómo lo encontramos. Infinitas generaciones han luchado e incluso dado sus vidas por ideales como la libertad y la democracia, persiguiendo una vida donde los sufrimientos de ésta se mitigaran, donde el individuo pudiera afirmarse a sí mismo y ser dueño de su vida.
Entonces, ¿qué persigue la distopía?. Evidentemente, no es un concepto contemporáneo, pues ese aviso sobre las consecuencias negativas del progreso ha sido una constante unida al elogio de éste. Parece que todo concepto debe tener si reverso negativo: no se reclamaría la libertad sin ausencia de ésta.
En la Utopía de Moro, la sociedad se compone de ciudades-estado, a igual distancia entre ellas y de igual extensión. Cada una posee granjas en el campo y casas en la ciudad racionalmente construidas. Los ciudadanos se turnan anualmente entre el campo y la ciudad, las casas no son propiedad privada, sino que cada diez años se cambia de vivienda por sorteo.
Las familias tienen una organización patriarcal. Cada treinta familias, eligen un sifogrante (un representante ante el Senado), y éstos eligen a un príncipe, de cargo vitalicio, que puede ser depuesto si muestra tiranía.
Todos los ciudadanos aprenden a trabajar la tierra, y pueden elegir un oficio según sus gustos y aptitudes. Jornada laboral de 6 horas, tiempo libre invertido en desarrollar la creatividad y la inteligencia, la conversación y la música. Libertad religiosa y una moral hedonista y pacifista. Un auténtico paraíso isleño.
Ahora recordemos dos conocidas distopías: 1984,de George Orwell, y Blade runner, de Philip K. Dick (en estos casos prefiero referirme a las obras literarias y no a los filmes). Ambos planteamientos son los de una sociedad en condiciones paupérrimas, ambas tras una guerra que parece haber borrado todo recuerdo nítido de la vida anterior. En 1984 existe un régimen totalitario que controla las vidas de los ciudadanos hasta los mínimos detalles, incluso en el lenguaje. Los seres humanos son usados como herramientas al servicio del Estado, olvidando su voluntad, su identidad, aceptando un destino predeterminado, limitando las sensaciones.
En Blade runner, la guerra ha dejado la Tierra cubierta de un polvo nocivo para las personas, que en su mayoría emigraron a Marte, y muchos de ellos compraron androides (copias robóticas de seres humanos cada vez más perfectas, salvo por la capacidad de empatía) a su servicio. Quienes sobreviven en la Tierra, conviven con animales eléctricos, pues pocos ejemplares quedan de verdaderos animales, los alimentos de antes de la guerra son un preciado tesoro, y los edificios de las ciudades se encuentran prácticamente deshabitados. Las cajas de empatía modulan las emociones como si se tratara de la frecuencia de una radio.

Si el impulso utópico es el progreso, el impulso distópico es la destrucción producida por el progreso. Y aquí sale de la despensa el ingrediente de la culpa.
Este sentimiento procede de una deuda con los propios valores. Si actuamos contra éstos, lo sentimos como una traición contra nosotros mismos o contra aquello que ligado a nuestra identidad. En la cultura cristiana, los pecados son una traición a las leyes de Dios, pero cuando esta figura desaparece y el hombre se pone en su lugar, nos convertimos en ofensores y ofendidos. La distopía parece la única consecuencia imaginable de nuestros actos: polución, tecnología descontrolada, guerras nucleares, un meteorito encabezonado en estamparse con nuestro planeta... En cualquier caso, nuestro castigo parece tener más peso que nuestra recompensa, pero ¿realmente lo hemos hecho tan mal como civilización? ¿Tan salvaje ha sido nuestro progreso que en vez de satisfacernos, asusta a la imaginación y a nuestra capacidad de control?
Segundo ingrediente: atracción hacia la desesperanza. Con esto me refiero a una lectura del concepto de vértigo como lo entendió Lacan, "atracción hacia la caída", una mezcla de miedo y deseo, curiosidad a pesar del peligro. Este sentido está más dirigido a la estética, es decir, al placer que encontramos en la lectura de estos supuestos futuros. Al igual que con las historias de terror, son tan desagradables como atractivas (y, en definitva, la distopía es una pesadilla sobre el futuro). ¿Somos masoquistas y morbosos? Seguramente sí. ¿El encontrar placer en el miedo, y que el contraste de sensaciones aumente la intensidad de ambas, es lo que nos atrae de las distopías? Posiblemente también.
"La angustia es el vértigo de la libertad. Es el momento en que todo ha cambiado: “la libertad se incorpora nuevamente, ve que es culpable”, dijo Sigmund Freud. ¿Cómo podríamos entonces quitarnos de nuevo el peso, la culpa, la angustia; sin renunciar a la libertad?
La forma de "expiar los pecados" no sería condenarnos a desaparecer, sino ser conscientes de nuestros actos como Humanidad, dejar el terror para la ficción, y traer a la realidad, al futuro próximo, una nueva utopía.

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