Pero también es cierto que cada estilo, y cada una de sus corrientes, se carcterizan por un matiz expresivo distinto.
Blues en inglés significa melancolía. Y en ella, hay quien se sumerje hasta sus entrañas y saca la fuerza para gritar y bailar, como Albert Collins. Hay quien la contempla y la reproduce con notas leves y tristes, como Skip James o Mississippi John Hurt.
Lo cierto es que los sentimientos, al igual que los deseos, vuelven con más fuerza si son ignorados, no podemos expulsarlos porque forman parte de nosotros mismos. Sólo tienen que pasar, existir en su momento; y en esos momentos de necesidad expresiva, esa fuerte sensación que se revuelve en nosotros sale transformada en música o en cualquier forma de representación posible.
Y entonces llega la descarga, la liberación; el alivio, en parte, tras un momento de intensidad, de un torbellino de pensamientos y emociones que tras bucear en ellos, la supervivencia misma te hace volver a la superficie a tomar aire de nuevo.
Yo tocaría en un blues un inventario de nostalgias, de aquello que pasa de ser una tremenda ausencia a monumentos erigidos en la memoria, para la memoria de todo lo que nos llevó hasta quienes somos ahora.
Foolish things that had a meaning only for us,
Treasures that can't exist again
Y después, posiblemente, abandonarlo ahí y seguir, buscando el mundo en otros escenarios, palabras y texturas. Para esas inmensas sensaciones que rompen la barrera del placer y el dolor vuelvan y nos recuerden (por eso su insistencia en no ser ignoradas) que seguimos vivos.
Es cuando tras salir de los suburbios del hastío, sonríes, aunque el nudo en la garganta siga siendo el blues que nunca has llegado a cantar: El mundo sigue ahí fuera esperando a ser percibido de una forma distinta cada vez, tras el cambio consecuente de merodear por uno mismo.
En cantar a los porpios defectos está un primer paso para reírse a solas, y crecer invisible y silenciosamente.
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