La náusea, la expulsión de lo tóxico, siempre se asocia al malestar corporal, a la inquietud y la reacción inmediata. ¿Qué nos intoxica de este mundo? ¿Cuántas cosas sólo pueden irse por el desagüe de la Historia?
La sensación que nubla nuestros últimos años como país es la de estafa, del desfase entre la idea de democracia y la realidad de no poder asirse a una representación ciudadana que tiene una solidez fantasmal.
La importancia dada en esta historia a la sociedad, es de tenernos tan poco en consideración, que las palabras que nos llegan son descarados distractores, discursos vacíos de contenido que no hacen más que jugar con retórica más básica.
Entonces, ¿de qué nos está poniendo a prueba esta clase política? ¿Acaso está midiendo hasta dónde está nuestro límite? ¿Somos acaso los españoles sujetos experimentales para ver el umbral de resistencia a la corrupción?
Desde luego, el elitismo que implica cualquier cargo político en ese sistema jodidamente oxidado, es el primer fallo que a los representantes del pueblo. Los cristales oscuros de sus coches de alta gama no les ocultan lo que no qieren ver, la realidad que sería escandalosa para su indiferencia acomodada y egoísta.
Y, pensando en la forma de vida del político actual, me pregunto si no se sienten absurdos cada vez que hablan para no decir nada, para ponerse como diana de un tiroteo de preguntas que no pretenden responder y que esquivarán con la técnica de la demagogia, argumentos tan conocidos que cualquiera puede adivinar antes de que los pronuncien.
Reconocemos las limitaciones de la realidad, también reconocemos la debilidad milenaria de querer acaparar el poder una vez que se alcanza, un espíritu de supervivencia arrogante, se diría. Pero está claro que cada uno defenderá su sitio, que tan sólo por el hecho de existir no puede ser ilegítimo nunca.
La experiencia que este país fue tomando de protesta se ha ido diluyendo con la estabilidad. Parecía llegar una vida fácil que dejara a la siguiente generación en un eterno sueño adolescente.
La cuestión es que la adolescencia y el sueño pasaron, y el despertar implica vernos con la oportunidad de moldear el futuro que aún tenemos por delante.
La política parlamentaria es estructuralmente falsa, no existe algo así como la democracia representativa, es sólo una forma consentida de oligarquía. Un voto cada 4 años no es democracia, es pantomima. Nuestra generación tiene un reto delante tan excitante como difícil, reinventar el mundo, articular todo lo que sabemos y todo lo que queremos hacia una forma de poder que no caiga en los errores del pasado. La revolución es hoy en día un deber moral.
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