Todo se hace una maraña de palabras que a empujones intentan ordenarse. Escupen recuerdos para unirlos al festival de la cunfusión. La corriente misma del tiempo arrastra las cosas y se las lleva donde no cierren el paso. Recuerdo nostálgicamente la antigua ingenuidad de esperar futuros perfectos en mundos irreales.
A estas alturas ya sólo alcanza la vista a las barandillas, los vértigos y los trapecios.
Absurdamente se empiezan los hechos más trascendentales, absurdamente creemos encontrar respuestas y frenarnos en calma para reposar del trasiego de la vida. No. Esa escena idílica es sinónimo de muerte.
Esto no es escribir. Es arrancar pensamientos y tirarlos por los sentidos, por los dedos que teclean. A veces se dejan caer con pesadez para verlos desde arriba en su forma completa, pequeños e inofensivos.
Otras caen ligeros y suaves, como plumas llevadas por el viento, que pueden cambiar de rumbo con el aliento de un buen argumento procedente de tierras lejanas.
Los sentimientos, en cambio, son más gaseosos. Ondulantes, diría. Pueden ser ese viento, pueden ser humo denso o vapor de agua. Posiblemente haya tanta gama de sentimientos como densidades y matices en la materia. Cuando la vida pasa a ser sueño, todo se transforma pintándose con los colores del sentimiento que los empapa. Estos recuerdos de luz y aire, este almacén de acordes y voces que es la memoria, es mi galería de arte.
Puede que la cuestión de esta fabricación propia no sea buscar, sino saber mirar lo hay alrededor. Que no sea revolver por los cajones lo que no se encuentra, lo que está dentro de ti no se va a escapar, así que calma. La intuición ya llegará donde la razón no alcanza. Al tarro de caramelos que está al siguiente paso tras la puerta. Reconozco mi atracción irresistible por lo misterioso y complejo, ¿me condeno entonces a separar lo físico de lo sentimental para que no todo sea decepción en este infinito de contradicciones humanas? Si los grandes amores se me quedan intocables y distantes, en esta realidad terrenal hay compensar la ausencia o resignarse a divagar con la soledad.
En el fondo, detrás de esta vorágine de pesimismo, sé que es sólo producto de la nostalgia, y que como en el cuadro de Magritte, la memoria puede doler hasta sangrar. Saberlo ayuda a limar los barrotes del miedo a volar, de que no merece ser más fuerte que la propia voluntad.
Memoria... esa costra que se acumula en la piel, que de tanto mirarla se nos olvida lo que había antes que ella. Los restos inertes de tiempo agotado.
Puede que la forma se callar al fantasma y dejar a la piel respirar sea una amnesia voluntaria, que tire los escombros. Descuelgo las pinturas de unos días que fueron sólidos, que parecen vividos por otros, otros parecidos a nosotros que se quedaron por el camino.
Bien lo dijo Zaratustra, "el camino de quien crea su propia vida es largo y peligroso por su soledad y su incomprensión, pero desaparece esa sensación de náusea de cuando el mundo parece un carnaval grotesco. Aún así, como humano, a veces necesita huir de los hombres y refugiarse en sí mismo."
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