sábado, 20 de noviembre de 2010

El desorden de tu nombre

Faltan las palabras exactas.
La mente teje páginas y manuscritos de ideas tan absurdas como poderosas, todas combustibles como la llama de una cerilla.
Puede que cuando más serenidad se necesita, los glucocorticoides se disparan y congelan los pensamientos. ¿Dónde dejé la coherencia la última vez que la usé? No importa, todo se pone en su sitio por inercia. Si sólo durante unos minutos dejo que los sentidos dominen a la razón... Minutos en los que se ansía dejar la mente en blanco. Cuando la voz de la ausencia martillea, sólo una voz solidificada puede devolverte al mundo real.
Aún sabiendo que ese momento es insignificante, que está encerrado en su tiempo para no ser recordado y morir. Pero así es la supervivencia. Esa superficialidad es el precio por soltarle la mano al idealismo y andar a gusto con la soledad.
 Esos sueños fugaces suenan a cruce de almas perdidas en busca de un tiempo electrizante en el que toda la existencia se reduce a pocos centímetros.

Y como en toda pérdida, en toda desaparición, había que asumir la realidad sin perfección prometida, había que justificar su abandono, no al idealismo que di por inexistente, sino al hueco vacío que dejó en mi alma. Ya no era la sensación de estar atada a él para no caerme al suelo, era empezar a caminar sobre mi propio equilibrio. Sí, el ideal refleja una falta que te deja disfrutar del presente sin pensar en el futuro. Por eso, llevarse los ideales a la realidad es insostenible, es pinchar la burbuja con las espinas de la rosa.
Esperar deidades en cuerpos humanos es lo más injusto para la persona que realmente los habita.
Me sobrepasa el pensar haber sido una resurrección para otra persona en forma de diosa novelesca y con el paso de los días, de las semanas, demostrar que no: lamentablemente no nací de su mente, estúpida decepción para él.
Cierto es que yo también idealicé, pero aprendí a amar todo lo impredecible de la persona que está detrás de la impresión. Y, qué dulce es amar las debilidades de otro como algo único, como una imperfección exóticamente bella.
Se empiezan a romper las barreras, todo se expande en la atmósfera para ser captado de todas las formas posibles. Recuerdo así a mi Armónica susurrándome al oído que hay miradas de las fuimos únicos testigos. Y es que cuando la memoria duele, y todo se desordena en la marea, intento darle a esas pequeñas maravillas la consistencia del corcho, y que floten, que sobrevivan a las frías corrientes.
Retales: un nudo en la garganta al reconocer una silueta al fondo de la calle esperándome, callar la angustia cuando unas palabras se cuelan en el oído... y ese amasijo de nubes, increíblemente, me llevan a la solidez de este momento. A teclear mi rincón de universo y soltarlo al espacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario