¿Cuál es el problema? ¿Que este ya no es tu sitio? Pero, ¿tu sitio para qué?
Vivir la vida que yo misma he creado, más bien, que sé que puedo crear. El problema es que la cree, en un lugar y un tiempo, y que aquello terminó porque no era enteramente mío, y porque había partes de mí que se habían quedado lejos a costa de mi renacimiento. Porque no hay que tener nada, para no dejarse nada valioso atrás, supongo que es el único momento en que el amor duele gustosamente.
Cerré las puertas de mi conquista por una aplastante fuerza invisible, el fin del plazo limitado de una beca. No puedo culpar a la movilidad del tiempo, que nos aleja de lo que amamos, pero nos trae nuevos amores, y nos desliga de ciertos dolores para descubrirnos otros. También uno se sirve del tiempo para digerir y comprender, para apreciar lo presente mientras existe, y para saber encajar los instantes donde les corresponde cuando pasan; saber, además, perseguir repetirlos cuando es posible.
Y ese es mi otro quebradero de cabeza, amigo mío, la posibilidad, que es tan amplia, que contiene tantos mundos posibles desde el segundo que sigue hasta el fin de los días, que sólo cabe agarrarse a una certeza primera: la imposibilidad. Y a partir de ella podemos ir apartando la maleza, ver con qué contamos realmente, observar qué podemos hacer con ello. Entonces, la posibilidad parece más plausible, menos inmensa, y más bajo nuestro dominio.
Aunque el dominio es siempre una ilusión humana, precisa para vivir por algo y no arrastrarse por los años; y lo magnífico es que aún a sabiendas de todo aquello que se escapa entre los dedos, se afirma su presencia y su consecuente ausente; se afirman las idas y venidas, los abrazos y las distancias, los andenes y los vuelos, los atrevimientos y los ridículos, la pérdida de noción de aquello que tan bien conoce, precisamente por conocerlo.
Me fui y volví. Volveré a hacerlo. Y lo que sea preciso para doblar mi existencia al tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario