Ayer recordé a Horacio. De pronto descubrí que ya no tenía ninguna forma de contacto con él, cosa extraña en estos tiempos. Sólo era posible una forma de contactar muy indirecta, y la ocasión no merecía tal esfuerzo. Era simple curiosidad, una pregunta planteada en la que imaginé qué respondería él.
De pronto, también, me di cuenta de que teníamos en común algo que no vi (o no recuerdo haber visto) en su momento: ambos somos maniáticos de la calma casera. Hacemos de nuestro espacio un imperio, sólo compartido con personas a las que decidimos abrir nuestro mundo en algún momento.
Establecemos nuestro orden, nuestro propio ritmo y renunciar a las pequeñas costumbres es un mal innecesario.
Lo cierto es que el único motivo para renunciar a ese orden privado era una cuestión moral.
Es decir, una situación en la que no renunciar a esas cosas nos mataría de culpa. Conservo ese criterio pero soy inflexible en otros, como convivir con cualquier persona que aleatoriamente me toque.
Pero el planteamiento de la mayoría es contrario. No le importaría convivir con desconocidos, y sin embargo, aceptar una circunstancia obligada por los principios básicos les resulta inaceptable. Ellos son políticamente tolerantes, éticamente chapuceros.
¿Qué ha cambiado en el último año? Una seguridad sostenida en los neurotransmisores, que no quisiera recuperar, es ahora una armonía con el equilibrio cósmico pasmosa para mi anterior insatisfacción. Porque es cierto que he pisoteado algunas imposibilidades, tenté a la suerte dos veces: una me sonrió y la otra me dio una bofetada.
Y por una vez me dije "sí" sin pensar en expectativas, aquello se evaporó igualmente, pero la diferencia es que no enraizó y no hubo herida alguna porque no dejé que calara ningún futuro incierto en mis venas.
Sin embargo, tengo una certeza sin fundamento. Simplemente ocurrirá, y el ahora es un mientras tanto absolutamente exprimido por mi metabolismo.
Uno aprende a convivir con sus fantasmas. A saludarlos por las mañanas e ignorarlos adecuadamente. Puede que a dialogar con ellos en algún momento. Somos vecinos al fin y al cabo.
También se aprende a decidir más rápido ante un dejà vu, y a aceptar que siempre nos seguirá paralizando la voz algunas pequeñas cosas. Esforzarse lo suficiente, con sutileza, y esperar pacientemente el resultado.
No buscar un libro de recetas ni una guía de viaje, confiar en la improvisación y en los blocs de notas.
Ante posible cansancio, recordar la satisfacción de lo recién logrado.
Nada más por el momento. Feliz viaje, días que vendrán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario